lunes, 25 de mayo de 2009

La endémica pederastia de Mi Iglesia.

Resulta recurrente la aparición de noticias acerca de las prácticas pederastas dentro del clero de Mi Santa Iglesia. Recientemente salía a la luz pública el caso irlandés, con testimonios de que al menos 2.000 de los 35.000 niños que se educaron en estos colegios sufrieron entre los años 50 y los 80 “abandono, abusos físicos, sexuales y emocionales" en múltiples instituciones de la Iglesia católica en Irlanda. Dichos abusos fueron ignorados por las autoridades y ocultados por la jerarquía de Mi Iglesia. También resulta reciente el caso del ejemplar Marcial Maciel, pederasta fundador de los ultraconservadores "legionarios de Cristo".
Ciertamente casos de éste tipo han ocasionado fuertes desembolsos económicos en forma de indemnizaciones a Mi Iglesia principalmente en países como Estados Unidos y Australia. También se han producido un gran número de casos constatados en España, Francia, Méjico, Italia, Alemania, Austria, Polonia, Gran Bretaña, Centroamérica, Puerto Rico, Colombia, Brasil, Argentina y Chile. También es cierto que éstas prácticas cotidianas de las diócesis católicas han sido más efectivamente silenciadas en los países latinos que en los anglosajones.
Los datos son abrumadores y las tendencias por un desmedido "amor a la infancia" son bien conocidas por la gente de a pie, al margen de los datos oficiales. En ciertos lugares de España han dado lugar a irónicas expresiones como "esconded los traseros que vienen los de los baberos" refiriéndose a los hermanos maristas. Por suerte en éstos países se ha optado mayoritariamente por la "resignación cristiana" y por el silencio, viéndose así minimizada la repercusión real del problema.
La actitud de Mi Iglesia ante éstos casos es siempre loable puesto que siempre ha tratado de silenciarlos y ocultarlos. Es una verdadera lástima, así como un grave contratiempo para la difusión de Mi mensaje de amor y esperanza, el malentendido producido a raíz de la revelación pública de un documento altamente confidencial de Mi Iglesia llamado "crimen sollicitationis". Dicho documento fue enviado por el Cardenal Alfredo Ottaviani, secretario del Santo Oficio (hoy la Congregación para la Doctrina de la fe) en 1962 a todos los sacerdotes y obispos católicos y en él se explican los procedimientos que deben seguirse para hacer frente a los casos de clérigos de Mi Iglesia acusados de haber utilizado el sacramento de la Penitencia para hacer peticiones sexuales a los penitentes. En ese momento, el ahora Papa, Benedicto XVI era un teólogo de dicha congregación de la que acabó siendo Prefecto diecinueve años después. En dicho documento se exhorta a manejar los casos con el más escrupuloso secretismo y se amenazaba de excomunión a aquel que no lo hiciese así. Además se especificaba que los mismos procedimientos deberían seguirse en caso de denuncias ante comportamientos de homosexualidad, pederastia o zoofilia por parte del clero. Éste documento apareció a la luz pública en el peor momento posible, que fue durante el escándalo originado en Estados Unidos por la denuncia de miles de casos de pederastia cometidos por sacerdotes católicos. En 2001 el entonces cardenal Joseph Ratzinger enviaba una epístola con el nombre “Delictis Gravioribus” a todos los obispos y otros miembros de Mi clero recordando la validez a las instrucciones dadas en "crimen sollicitationis". Volvía a quedar meridianamente claro que las responsabilidades que los graves abusos debían ser judgados y castigados únicamente dentro del seno de la Santa Iglesia. Nadie puede tachar de incoherente ésta forma de actuar porque, de hecho, la Congregación para la Doctrina de la fe que dirigía el bueno de Ratzinger cuando dio esas directrices no es otra cosa que el nombre moderno que recibe la muy conocida y añorada Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición, en cuyo manual del inquisidor aparece: "No hay que ser muy celoso en perseguir a religiosos y sacerdotes, pues el proceso de un sacerdote siempre puede interpretarse como proceso a todo el clero".
Después de todo lo expuesto quiero hacer una encendida defensa de Mi Iglesia ante el gran desprestigio que está sufriendo su buen nombre como consecuencia no ya únicamente de la existencia de un número tan elevados de casos de "solicitación infantil", sino también de su decidida estrategia de acallamiento y ocultación de los abusos. Dentro de dicha estrategia se circunscriben los frecuentes y necesarios cambios de ubicación geográfica a la que se ven sometidos los curas abusadores. Cuando éstos reinciden simplemente se les vuelve a cambiar de parroquia a otra donde los feligreses desconocen sus hábitos pederastas.
Dado que la función de Mi Iglesia no es otra que difundir Mi mensaje de amor y esa debe ser su única prioridad, es normal que en algunas ocasiones su gran y noble dedicación lleve a parte de Mi clero a las más encendidas prácticas amorosas con la indefensa infancia a la que está en el deber moral de suministrar el necesario adoctrinamiento en la única fe verdadera. Puede que eso no sea fácilmente entendido por aquellos que carecen del suficiente constreñimiento mental religioso, pero todo es perdonable cuando se trata de evitar la horrible condenación que espera a aquellos que no crean en Mí.
Ya que no quiero que algún avieso ateo malinterprete Mis palabras, tengo que aclarar que los clérigos pederastas son merecedores del peor de los castigos estipulados por la ley, pero no por una ley cualquiera, sino por la ley de Dios, la Mía propia siempre más justa que la hombre, en tanto que únido referente válido sobre la que construir una moral humana. Para que los piadosos pederastas puedan recibir el castigo que realmente merecen deben de poder ser judgados exclusivamente por los códigos canónicos, hay que obstruir la justicia evitando cualquier interferencia por parte de la imperfecta legalidad civil creada por una sociedad que se cree en la legitimidad de crear sus propias leyes, al margen de las de Dios y su Iglesia. Porque tales son los desmanes provocados cuando se vive a espaldas de la única fe verdadera y se cae en una irrefrenable tendencia laicista.
Suele obviarse de forma malintencionada que quien incurre en prácticas de abuso infantil en el seno de Mi Iglesia sufre sanciones tan severas como la suspensión de celebrar Misa y de escuchar confesión sacramental. Pero no se queda ahí Mi implacable Iglesia que para las situaciones más graves, puede llegar incluso hasta a la degradación al estado laico. Al contrario que las penas decretadas para quien rompa el secretismo, no se dice aquí nada de la severísima excomunión. Con tan duras penas nadie puede decir que un clérigo pederasta puede quedar impune, porque puede llegar a quedarse en la calle como un simple ciudadano más sin ningún tipo de antecedente penal ni impedimento para seguir con sus prácticas de abuso infantil, pero eso sí, sin dañar el buen nombre de la Iglesia que lo ha expulsado después de encubrir sus prácticas aberrantes. Porque en su virtuoso afán por salvaguardar la fe quien más pierde con éstos casos es Mi Iglesia que se ve obligada a desembolsar cuantiosas sumas de dinero cuando se percata de que no le queda otro remedio para evitar el escándalo.
Es debido a eso y no a una posible flaqueza de fe en los miembros de Mi jerarquía, que se hace absolutamente imprescindible silenciar y ocultar la endémica pederastia que habita en su seno, con la siempre inestimable ayuda de ese oscurantismo que tanto bien ha hecho siempre por Mi Santa Iglesia Católica Apostólica Hipócrita y Romana.
Además es fácil de entender, para cualquiera con unos conocimientos mínimos de las necesidades sexuales humanas, que de alguna manera hay que aplacar la libido de un clero célibe.

Enlaces:
El caso Irlandés (gentileza del devoto Telecansino)
Crimen sollicitationis: (1), (2)
Delictis Gravioribus

lunes, 18 de mayo de 2009

Por una Iglesia que necesita seguir estando mantenida.

Quiero hacer desde aquí campaña en favor de que Mi Santa Iglesia Católica Apostólica Hipócrita y Romana pueda seguir estando mantenida con fondos públicos. Para ello, en la muy devota España, es necesario que se marque la casilla correspondiente en la declaración de la renta. En un estado laico y verdaderamente aconfesional debería financiarse con el dinero que le aportan voluntariamente Mis creyentes. Eso podría hacerse bien directamente, sin intercesión del estado, bien decidiendo éstos aportar una suma adicional a la que les corresponde en su declaración de la renta, que iría a Mi Santa Iglesia. Pero, como todo el mundo puede suponer, si hubiese que esperar que la feligresía tuviese que aportar una cantidad adicional a la estrictamente obligatoria en su declaración para financiar Mi Iglesia la recaudación sería muy inferior. Hay que contar, por lo tanto, con la complicidad del Estado.



Por suerte el horror laicista no ha avanzado hasta tales extremos y Mi Iglesia sigue manteniendo una situación de privilegio merecidamente consolidada mediante siglos de cohabitación con los poderes del Estado. Por supuesto que dicha condición es la que verdaderamente le corresponde por derecho divino. Quiero, también, que Mis piadosos creyentes se regocijen al ver cómo el dinero que ha de mantener a la Iglesia se detrae de los fondos públicos aportados obligatoriamente por el contribuyente. Es cierto que existe la opción de que ese dinero vaya genéricamente a "otros fines sociales" y mejor sería que eso desapareciese, pero siempre es alentador que:
- Se considere que la función de Mi Iglesia son los fines sociales. No conviene olvidar, queridos creyentes, que eso es algo secundario y que siempre debe estar al servicio de su verdadera función que es la evangelización y difusión de Mi Verdad y de la fe en Mí. Así lo reconoció hace pocos meses el propio portavoz de la Conferencia Episcopal Española.
- Mientras existe la opción directa de dar dinero a Mi Santa Iglesia, las verdaderas organizaciones sociales, en toda su diversidad, se reparten el auténtico cajón desastre que representa la casilla de "otros fines sociales". En ese cajón se hallan, también, el resto de religiones.
Por una Conferencia Episcopal necesitada de más dinero para seguir en su lucha para conseguir más financiación estatal. Porque su connivencia con las clases adineradas no le es suficiente. Porque Mi Iglesia pueda desarrollar su encomiable labor de presionar y atacar al estado que la financia. Porque acabe subyugándolo y consiga eliminar sus peligrosas tendencias laicistas. Porque pueda seguir ejerciendo su su sacrosanta labor de intromisión y tutela en la vida política. Por dar el castigo que tanto se merecen abortistas, homosexuales, laicistas, partidarios del preservativo, evolucionistas y cómplices de la ciencia y la razón. Por poder conservar el privilegio del adoctrinamiento. Porque hay que aprovecharse de la necesidad de creer. Por la preservación y la propagación de la fe. Porque consiga reestablecer su iluminador oscurantismo que tanto bien hizo a la humanidad en el pasado. Porque al final todo se le perdona. Porque hay que aprovechar mientras se le consienta. Porque a tú vas a pagar lo mismo de todas formas. Por todo eso, pon la "x" en la casilla de la Iglesia.

domingo, 10 de mayo de 2009

Fe o razón.

Bajo el recurrente título de "fe y razón" acostumbra a plantearse la relación entre, como Mi Santa Iglesia denomina, éstos dos órdenes del conocimiento humano. El mero hecho de que se emplee éste título beneficia de salida al planteamiento religioso, puesto que demuestra una predisposición a aceptar dicho estatus de la fe como forma válida de conocimiento. De ésta manera, antes de entablar cualquier tipo de análisis ya se parte, por parte de la fe, con un posición de respetabilidad consolidada únicamente por el paso del tiempo y de generaciones cuya necesitad de creer en una transcendencia humana, ha sido pulida gracias al adoctrinamiento temprano. No hay, por tanto, ninguna prueba empírica (a excepción de éste blog) que avale los planteamientos religiosos, más alla de la constatación de que hay una ancestral tendencia a creer en las más diversas deidades. Éste número abrumador de dioses es empleado como argumento a favor de la fe, pese a evidenciar precisamente lo contrario, que lo único que existe es la necesidad de creer. Por eso éste es un argumento de doble filo y en religiones como el cristianismo, que gozan de una posición especialmente privilegiada, se prefiere normalmente obviarlo, y echar mano únicamente de las ventajas de la impronta que Mi religión ha propagado en grandes masas de población. Así la premisa de la que se partiría sería la fe en Mí y el resto de deidades de Mi religión monoteísta, descartando al resto de falsas religiones de éste tipo y a las evidentemente absurdas religiones politeístas.


Una vez que el debate se ha centrado en un punto infintamente más próximo a las posiciones que deben defender Mis feligreses de lo que debería estar por meras razones objetivas, se consigue que fe y razón aparezcan como dos órdenes separados y válidos del conocimiento. Ésta separación no es más que una simple protección para la fe, ante los corrosivos efectos que sobre ella tiene la razón. Ésta estrategia ha sido muy exitosa y ha logrado hacerse con una gran aceptación social, teniendo el gran mérito de ser utilizada incluso por numerosos no creyentes. Pero además de eso, es muy necesario para la defensa de la fe propugnar la compatibilidad entre ésta y la razón, sin olvidar nunca que, en última instancia, siempre debe proclamarse la superioridad de Mi verdad revelada y la función de la razón es únicamente acabar confirmándola. Para salvaguardar la fe hay que defender la idea de que es totalmente independiente pero compatible con la razón.
Como consecuencia lógica de ésta estrategia se producen dos situaciones llamativas ante disciplinas como la ciencia, una de las máximas representaciones de la razón, que pueden resultar demoledoras para los más recurrentes argumentos en defensa del status de la fe:
- Cuando el conocimiento científico puede interprarse de una forma lo suficientemente enrevesada como para poder ser usado como argumento a favor de la fe, se hace innecesaria la separación entre fe y razón. Se intenta utilizar entonces una ciencia tergiversada para demostrar la veracidad de la fe. Ésto puede ser sospechosamente indicativo de que la pretendida separación entre fe y razón es completamente despreciada hasta por aquellos que necesitan de ella para salvaguardar sus creencias, y que únicamente es utilizada por conveniencia.
- En la mayoría de los casos, en los que la ciencia resulta incoveniente para la fe, es cuando debe alegarse la más completa separación en los órdenes del conocimiento y la superioridad de la verdad revelada, apelando a la ignorancia como argumento a favor de la fe, puesto que el conocimiento humano es limitado, y Mi verdad es la que rellena esos huecos. El creyente siempre debe tener claro que la fe proporciona certezas más alla de la evidencia de los ojos humanos. Al reconocer que, en esas ocasiones, la razón debe quedar subyugada y prevalecer la fe, se asume que ambas son incompatibles.
Pese a los denodados esfuerzos que se hacen desde diversos ámbitos para forzar una interpretación benévola de la fe que pueda hacerla independiente y, a su vez, compatible con la razón, está claro que la naturaleza misma de ésta, en cuanto que generadora de certezas infundadadas, desbarata cualquier argumento. Mediante su encomiable labor de tutela de las libertades, Mi Santa Iglesia, lucha por que no avance tanto el horror laicista como para conseguir que la relación entre ambas comience a plantearse seriamente en términos de "fe o razón", en lugar de "fe y razón", lo que originaría que las religiones comenzaran a perder su ancestral y necesaria posición de privilegio. Eso nunca debe permitirse y sólo un denostable ateo puede atreverse a crear una entrada titulada "fe o razón", con la única excepción, claro está, de Mí que soy Dios y sólo me limito a alardear de Mi irracional existencia.

lunes, 4 de mayo de 2009

La merecida pandemia.

Con la reciente aparición de la nueva gripe de origen porcino, no falta quien, provisto sin duda de una ejemplar capacidad para albergar fe, ha renunciado definitivametne a su entendimiento y, ni más ni menos, ha comenzado a proclamar el fin del mundo. ¡Ahí queda eso!. La aparición de ésta enfermedad infecciosa ha venido a reforzar la sensación de pesimismo existente por la crisis económica mundial y ha creado una extraña amalgama en los cerebros religiosos, poco preparados para procesar tantos datos.
El producto resultante es la percepción de que entre Yo y el malvado Satanás, por medio de una relación de difícil explicación, vamos a exterminar a todo bicho viviente.
Es muy bonito el que se fomente de semejante manera el miedo hacía Mí y resulta muy conveniente esa forma explotar la parte más visceral de la religiosidad humana, pero tengo que hacer algunas observaciones:
- Tiene su origen en el ganado porcino, por lo que cualquier castigo divino asociado a ésta especie tendría que, lógicamente, ser atribuido a una deidad que castigue la ingesta de su carne y eso no resulta nada beneficioso para Mí. Sería un punto a favor de la existencia de Alá o de Yaveh, éste último, para más inri, mera versión desactualizada de Mí Mismo.
- El país de origen es Méjico, devota nación católica. Además, en Europa, la muy piadosa España ha sido el país donde se ha contagiado con más fuerza. Con la ingente cantidad de países infieles que existen, no tiene mucho sentido que me ponga a exterminar precisamente a los que creen en Mí, con lo necesitada que está Mi Iglesia de propagar el Evangelio a los pueblos infieles.
- Con la cantidad de dinero que se está gastando Mi Iglesia en campañas "pro-vida" en contra del aborto, la eutanasia y la experimentación con embriones, no sería sensato que Yo me cargase ahora semejante cantidad de gente, lo que conllevaría, además, dilapidar tan ingentes cantidades de dinero inútilmente, con lo necesitada que está siempre Mi Iglesia y más en la situación de crisis actual.
En Mi infinita bondad, siempre es posible que realice un exterminio masivo de gente, pero de elegir un animal para poner el germen de la plaga ese sería el pollo que lo come todo el mundo y no el cerdo, tan despreciado por algunas de las falsas religiones que tanto se merecen un castigo. Además, los primeros en morir entre horribles estertores serían aquellos que no creen en Mí pese a que no hayan tenido ni siquiera la opción de hacerlo. En eso, he mejorado poco desde el Antiguo Testamento y así lo reconoce Mi Iglesia al acudir a las misiones evangelizadoras para salvar a la gente de la condenación.
Nunca está mal ser irracional y ésta enfermedad da mucho juego a todo tipo de conspiranoicos y amantes de las más disparatadas ocurrencias. Se genera así un estado de miedo que siempre es muy útil para contagiar la fe. Además se genera un clima de confusión e irracionalidad tal, que cualquiera puede afirmar con rotunda convicción la veracidad de sus más variopintas elucubraciones mentales, por muy disparatadas que puedan resultar. De entre todas, una de las más extendidas es el castigo divino, siendo utilizado para argumentar que no hace más que confirmar los presagios del apocalíptico individuo religioso ante tanto libertinaje.
Una vez que se ha dado el paso de creer lo que sea sin necesidad de analizarlo de una forma mínimamente crítica, todo va sobre ruedas también para la religión y de eso tiene que saber sacar provecho Mi Santa Iglesia. Las similitudes y sinergias entre la propagación una enfermedad infecciosa y la de la religión, deben ser explotadas al máximo. La pena será cuando el tiempo pase y se vea que ningún presagio se ha cumplido, pero ahí estará siempre la fe, la más antigua y próspera de las pandemias, para arreglarlo todo.
Porque al fin y al cabo, sí que es cierto que la humanidad se está mereciendo un castigo divino que ponga coto a la peligrosa tendencia actual de ensalzamiento de la razón y olvido del Evangelio. Además, otra conclusión positiva que puede extraerse de la actitud ante la nueva enfermedad es que está originando un resurgir del oscurantismo, y eso podría ayudar que la humanidad retornase a la mentalidad de la Edad Media, época siempre añorada por Mi Iglesia.

Difunde Mi Palabra

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