viernes, 25 de julio de 2008

La hipocresía redentora.

Una de las críticas más frecuentes que se le hacen a mi Iglesia desde diversos ámbitos es su proverbial hipocresía. Se trata de una acusación que trata de erosionar el buen nombre de esta santa institución olvidando su papel iluminador y redentor.


La hipocresía se define como el acto de fingir cualidades, ideas o sentimientos que en realidad no se tienen y es un grave pecado cuando las personas aseguran honrarme a Mí, su Dios, pero en realidad no es esa la intención que tienen en sus corazones. De esta forma, la denostable hipocresía puede resultar un recurso muy válido siempre que cumpla la función de servicio a Dios, y mi fiel Iglesia ha hecho siempre un magistral uso de tan útil recurso de forma totalmente lícita para conseguir mantener e incrementar su inmenso poder para hacer el bien.
Podría parecer que los actos de mi Iglesia no podrían estar más alejados de su mensaje, de forma que las incongruencias se acumulan hasta el punto de resultar evidente que en su seno son muy pocos los que se creen lo que preconizan. Un análisis frío y detenido podría llevar a la equivocada conclusión de que se usa el nombre de Dios como mera herramienta para conseguir poder y dominar a las masas pero, queridos feligreses, ¿acaso es eso tan malo?, ¿quién puede olvidar el admirable papel que desempeña mi Iglesia para aplacar el miedo existencial?, ¿quizás se está olvidando a la hora de elaborar tales razonamientos el sufrimiento eterno que supone la condenación?.
Resulta quizás la prueba más evidente de la fortaleza de mi Iglesia, el hecho de que pese a ser una gran parte de mis feligreses conscientes de su hipocresía, el inestimable poso que deja el adoctrinamiento le permita seguir gozando del inmenso poder y relevancia que siempre la han caracterizado. Yo que soy el mismo Dios, sé fehacientemente que la santa, apostólica, hipócrita y romana Iglesia católica siempre trata de honrarme con cada uno de sus actos.

miércoles, 16 de julio de 2008

El diálogo interreligioso.

En la actualidad se encuentra muy de moda el llamado "diálogo interreligioso" como solución para evitar las continuos conflictos entre religiones. De forma más o menos consciente se recurre a la gran similitud entre todas las religiones basada en tres aspectos principales:
- Unos valores morales similares que necesitan de una o varias deidades que justifiquen su valor absoluto.
- Una necesidad de creer en una transcendencia que ayude a sobrellevar el miedo existencial.
- Todas las religiones se autoproclaman como la única verdadera.

Esta gran similitud lleva implícitas las siguientes conclusiones:
- Si tenemos en cuenta que cada una de sus deidades puede implantar el orden moral que le plazca, resulta realmente sospechoso el que todas compartan unos valores fundamentales. Podría parecer que dichos valores tiene una base anterior al origen de las religiones y que las figuras divinas han sido creadas para justificar su obligado cumplimiento por la sociedad.
- El reconocimiento de que es la necesidad de creer lo que fundamenta todas las religiones, las hace aparecer a todas como meras soluciones imaginativas para satisfacer la demanda.
- Las certezas que necesitan los creyentes en una religión están basadas en la fe en unos valores absolutos, que conllevan el que todas las demás sean falsas. A todas las une el ser incompatibles con las demás. Es más, si realmente el creyente desea el bien para su prójimo creyente de una fe equivocada, debe intentar ayudarle para traerlo al verdadero camino y lograr su salvación. También es lógico que deban defender su fe ante cualquier agresión de los infieles. Las fe que todas comparten es lo que origina su confrontación.

El hecho de intentar el entendimiento de creencias incompatibles basadas en verdades absolutas mediante la relativización de todas por igual supone reconocer que todas son igualmente falsas. La consecuencia es que el diálogo interreligioso implica la destrucción de la religión.
Es por eso que Yo, el único Dios verdadero, me posiciono frontalmente en contra del diálogo interreligioso debido a las nefastas consecuencias para mi religión (la única verdadera) por muy bonito y tolerante que pueda parecer a primera vista.

lunes, 14 de julio de 2008

El poder de mi Iglesia.

Mi religión es realmente maravillosa porque promueve el amor y la verdad de Dios. Mi Iglesia surgida frente al poder establecido con el mensaje de la defensa de los más desprotegidos, que les lleva la esperanza de la vida eterna y que encauza a la humanidad por el camino del bien, merece el mejor de los destinos. Es por eso, por lo noble de su causa en defensa de los más débiles, que debe procurar la salvación del mayor número de gente posible y para eso, queridos feligreses, es necesario poder.
El inmenso poder del que históricamente ha disfrutado mi Santa Iglesia es la mejor garantía de defensa ante los poderosos y quien albergue la fe verdadera y el amor por el prójimo en su corazón, debe luchar denodadamente para que la Iglesia católica alcance las más altas cotas posibles de poder con el que seguir adoctrinando y ganando almas para el Señor. Porque quien tiene la certeza de que está haciendo el bien, debe defender sus convicciones frente a los ataques racionalistas y entregarse a la noble causa de procurar la salvación de los infieles por cualquier medio a su alcance, incluyendo la Guerra Santa.
Es normal que se critique a la jerarquía de mi Iglesia por inmiscuirse en temas políticos y ignorando que solo se pretende hacer el bien y cumplir Mi Palabra ya que, la democracia, ese sistema políticamente correcto al que no nos conviene criticar en público, resulta claramente limitante al dar el poder directo al pueblo y no a Dios. Es por eso que la obligación moral de mi jerarquía es orientar a dicho pueblo hacia mi palabra, evitando que se le note mucho su desagrado con un sistema tan imperfecto.
Se avecinan tiempos peores y con añoranza de la Edad Media y del nacional-catolicismo, nos vemos ahora obligados a plantar cara al malvado laicismo, que trata de limitar el poder redentor de Mi Iglesia. Ante tales retos, es necesario el apoyo económico de mis fieles para recuperar lo mejor del glorioso pasado.
Una Iglesia poderosa es garantía de un mundo mejor, un mundo de esperanza y amor permanentemente arrodillado ante Mí, su Dios.

viernes, 4 de julio de 2008

La madre virgen de un dios monoteísta.

Mi religión monoteísta que consta de tres dioses tiene, además, otra destacada figura divina que es objeto de una enorme devoción. Se trata, claro está, de la Virgen María.

Esa gran mujer alumbró virgen a mi hijo dios después de ser inseminada por el Espíritu Santo tras adoptar éste apariencia de ave columbiforme. Pero al margen de lo pintoresca que pueda resultar la historia para aquellos pobres desdichados desprovistos de la suficiente fe, el asunto que quiero tratar es la influencia de esa admirable mujer en la historia de mi religión.

Resulta indudable la gran devoción que siempre se le ha profesado, hasta el punto de que podría parecer que su poder milagroso la convierte en una figura semi-divina que pone en peligro el monoteísmo del que tanto me vanaglorio, pero nada más lejos de la realidad. Aunque el ser humano pueda llegar a encontrar más lógico el monoteísmo, en el fondo de su ser siente una atracción innata por una religión politeísta al estilo de la vieja usanza, en la que haya una mayor cercanía con sus divinidades. Hay una atávica tendencia hacia la idolatría que forma parte del ser humano y que de alguna forma debe ser canalizada. Es lo que en otras ocasiones he definido como sentimiento religioso folclórico-pachanguero y la más clara manifestación de este fenómeno se produce precisamente con la Virgen.
Puede resultar un tanto desconcertante, si se analiza racionalmente, como siendo la misma mujer se la venera en un número tan enorme de formas, en función de la distribución geográfica, venerándose a cada aparición mariana de forma diferenciada del resto. Es por la necesidad anteriormente expuesta de cercanía a las divinidades que surgen las diferentes advocaciones como la del Pilar, la de Guadalupe, nuestra señora de Luján, etc. El fenómeno es tan frecuente que no hay ciudad, pueblo e incluso aldea que no tenga su propia Virgen, fruto de una aparición en su término municipal y a la que se le ha dedicado una ermita.
Podría parecer que se da el fenómeno, tan propio de la condición humana, de que sería una deshonra que la Virgen se aparecerse en el pueblo de al lado y no en el propio. Es así que en muchos casos se cuenta con más de una por población a la que poder rezar, hacer peticiones y sacar en procesión con todo tipo de vistosos adornos y abalolorios.
Pueda parecer que la figura de la Virgen es una mera forma de intentar reconciliar el monoteísmo con la idolatría, válida para mis queridos feligreses carentes del obstáculo de la razón, pero esta condición de divinidad cercana al pueblo es la que le da su verdadera importancia en el seno de mi Santa Iglesia. Su importancia es tal que todo aquel que se considere católico debe tener una representación propia a la que rezar.

Para quien no logre encontrar la racionalidad de mi argumento solo puedo recordarle que acate el misterio divino.

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