miércoles, 24 de diciembre de 2008

La opulencia y el hambre de fe.

Es maravilloso contemplar cómo tanto la opulencia como la miseria son poderosísimas generadoras de fe. Una fe sólida y consolidada desde el origen de los tiempos.
Para entender el funcionamiento del proceso combinado me ayudaré de éste diagrama:

Image Hosted by ImageShack.us

- Actualmente existen dos importantísimos reductos para la fe:

+ La fe del hambriento. La pobreza origina fe de dos formas diferentes:
  1. Directamente: cuando se vive en condiciones miserables se necesita algo a lo que aferrarse. La religión proporciona el falso consuelo de que habrá otra vida en la que se hará justicia. Dicho consuelo provoca resignación ante las adversidades y merma considerablemente la búsqueda de soluciones. La consecuencia es un círculo vicioso de pobreza y religiosidad.
  1. Indirectamente: la falta de recursos origina analfabetismo e ignorancia, que a su vez da lugar a más pobreza y a la fe surgida de un pensamiento irracional y supersticioso. La ignorancia, la pobreza y la fe están siempre unidas en un ciclo cerrado en la que cada una de ellas da lugar a las otras dos.
+ La fe de los opulentos. Aquellos que viven en una situación de poder y riqueza que destaca claramente sobre la media de la población acostumbran a necesitar autojustificarse su situación de privilegio. El hecho de creer que son precisamente ellos los elegidos por una divinidad justa en función de sus méritos, es una solución para atajar posibles ataques de remordimiento ante la injusticia. De ésta manera su fe les ayuda a justificar su opulencia por elección divina. Algunas institución ejemplarmente especializadas en la fe del opulento son el Opus Dei y los Legionarios de Cristo.

El punto de encuentro entre los dos ciclos es el que se produce al entrar en contacto la autojustificación del opulento y la resignación del miserable, complementándose mutuamente para estabilizar y asegurar la continuidad del maravilloso proceso generador de fe.
La deducción lógica es que la desigualdad social es una garantía para la fortaleza de Mi Iglesia, que debe hacer todo lo posible por su incremento. Así se complementan y se amplifican los efectos de de la poderosa visceral necesidad de mi existencia y del adoctrinamiento temprano, que se dan al margen de circunstacias económicas. La prueba es que en los países europeos, con mayor porcentaje de clase media e igualdad social, tiene menos efecto la fe nacida de la desigualdad y son los que más rápidamente están olvidando su fe.
Mi Iglesia debe luchar por los privilegios de los más ricos ya que eso garantiza más pobreza y más religiosidad. Dado, además, que Yo tengo a los pobres en especial consideración, es lógico que Mi Santa Iglesia continué luchando porque sigan teniendo tal privilegio, mientras los ricos mantienen a la estructura vaticana, gracias a considerarse elegidos por Mí. Mi caritativa Iglesia siempre ha predicado un mensaje de ayuda a los más pobres con el único propósito de conseguir que sobrevivan mientras son adoctrinados para engrosar el gran rebaño, por otro lado más mermado cada vez los países avanzados. Ésta es la ayuda a la pobreza de la que tanto debe alardear la jerarquía católica, haciendo uso de su proverbial y virtuosa hipocresía, para aumentar su poder.

martes, 9 de diciembre de 2008

La libido de un clero célibe.

Os hablaré hoy, querida feligresía, de un tema tan delicado como es la sexualidad en el seno de mi Iglesia célibe. El celibato sacerdotal, custodiado por la Iglesia como una perla preciosa, conserva todo su valor también en este tiempo, caracterizado por una profunda degeneración de mentalidades y estructuras. Cada día es mayor el clamor que solicita a mi institución que reexamine sus posiciones en este aspecto, haciéndolas aparecer como problemáticas e ilógicas en este tiempo.
Conviene en este punto reconocer que el celibato sacerdotal no fue una obligación desde el principio, sino que fue imponiéndose, con dificultad y por motivos filosóficos, económicos y de orden eclesial. De hecho el celibato obligatorio llegó finalmente en el sigo XII, después de un largo y gradual camino desde los inicios del cristianismo hacia la prohibición del matrimonio de los clérigos y de que, en 1095, el Papa Urbano II decretase la venta de las mujeres de los sacerdotes como esclavas y el abandono de sus hijos. Pese a ésto, en el siglo XV todavía la mitad de los sacerdotes estaban casados.
Todos estos aspectos históricos podrían hacer aparecer al sagrado celibato como una mera condición impuesta por la jerarquía católica a lo largo de los siglos buscando una sobriedad más económica que moral. El hecho de que los sacerdotes tuviesen que mantener una familia haría que necesitasen mayores recursos económicos y esto redundaría en un grave perjuicio para las arcas de mi necesitada Iglesia.
También es un hecho el que no hay justificación ninguna en el Nuevo Testamento para ésta práctica pero, queridos feligreses, por muy grande que sea la avalancha de objetivas objeciones, aquellos que viven y han vivido gozosos el ministerio de Cristo conocen bien que del sagrado celibato aflora un amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual; vivida con valiente austeridad y con gozosa espiritualidad. Además de esto, la interpretación tendenciosa de los Evangelios según la conveniencia de la jerarquía católica es un recurso antiguo, muy efectivo y necesario para incrementar el sagrado poder de la institución.


Claro está que en el ser humano el sexo es una necesidad completamente natural y que es imposible llevar a la práctica los postulados teóricos del celibato, de forma que resulta frecuente el hecho que que la mayoría de los sacerdotes heterosexuales cuenten con los favores de amantes, novias ó profesionales del amor. Es por eso que debe existir un completo oscurantismo alrededor de este asunto para evitar que dañe irreparablemente la estructura de mi Iglesia. Ésta elaborada y consolidada estrategia de ocultación de la sexualidad es la que siempre ha atraído en gran modo hacia el sacerdocio a homosexuales deseosos de ocultar su condición mientras siguen manteniendo, igualmente, una vida sexual completamente activa. Dichos homosexuales se convierten así en aparentes militantes fervorosos de una religión que criminaliza de forma implacable su condición. Solo los poseedores de una particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas se conforman con llevar una vida plena en castidad y se conforman con la masturbación.
El hecho de que todo esto sea así y de que resulte bien conocido en el seno de mi Iglesia que aparenta desconocimiento solo puede explicarse mediante la hipocresía redentora. Porque, queridos feligreses, de alguna forma ha de aplacarse la libido de un clero célibe.
Lo más difícil de explicar podría ser el hecho de que los fieles de mi rebaño sigan tan sumisos a los pastores mi religión, pese a ser, la mayoría, plenamente conscientes de la incongruencia de sus inconfesados devaneos sexuales. Pero en eso, como en la mayor parte de los aspectos de mi religión, son de inestimable ayuda la visceral necesidad de mi existencia y el adoctrinamiento temprano.
Mi Iglesia deberá, por tanto, actuar al margen de la obviedad de que el sexo es inherente a la condición humana y seguir teniéndolo como tema tabú. También aparentará tener a la castidad como un valor precioso de la vida sacerdotal.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Mi infinita arrogancia.

Puesto que soy Yo la causa primera, el Ser Supremo, el único Creador de todo lo existente y el Bien en estado puro, podría parecer que con todo eso ya tendría que tener motivos para conformarme. Pero os equivocáis queridos feligreses, pese a mi infinita perfección tengo aún sigo necesitando:
- Hacer pública ostentación. No me basta con limitarme a una idílica existencia divina y necesito presumir de tan elevadísima posición. Para ello tuve que manifestarme precisamente al ser humano, criatura completamente necesitada de ser elegida por Mí.
- Recibir continuas alabanzas. No sólo soy perfecto para alardear de ello, sino que además requiero de constantes muestras de alabanza. Mi ego supremo debe ser obligatoriamente alimentado por mis creyentes, pobres criaturas mortales e imperfectas, amenazadas con una horrible condenación en caso de negarse a ello. Porque, aunque resulte un poco absurdo y difícil de justificar, es inseparable de mi condición el gusto por sentirme infinitamente halagado. Ni que decir tiene que me encanta que se me construyan los templos más espectaculares y se me hagan las mejores ofrendas.
- Hacerme derrogar. Me encanta regocijarme con la inmensa sensación de superioridad y poder que se experimenta al recibir las súplicas y ruegos de mis creyentes. Pese a que la causa de la súplica sea justa y, en muchos casos, producto de la desesperación, y a que se hayan seguido los procedimientos reglamentarios, tengo que reconocer que en la inmensa mayoría de los casos disfruto desoyéndolos.
El hecho de que mi suprema arrogancia sea tan poco cuestionada por mis creyentes responde al hecho de que simplemente soy un reflejo de sus necesidades. Me necesitan perfecto, pero también humano, porque sólo así ellos podrán considerarse algo especial, y ¿qué hay más humano que el insaciable ego del que precisamente surge la religión?. Es por estar todo ésto tan profundamente imbricado en el subconsciente humano, en el que el fenómeno divino tiene su origen, que nunca se plantea la contradicción entre mi suprema perfección y el infinito placer que siento con la ostentación, el ruego y la alabanza. ¿De qué te sirve ser Dios si no puedes alardear de ello?. Resulta además esclarecedor observar cómo ésta es una característica común a todas las deidades, de las que precisamente Yo soy la única verdadera.
Puesto que forma parte de mi condición divina la necesidad de alimentar el ego con los elogios de mis seguidores y que esa es la oculta y profunda motivación de todo blogger, es que he creado éste blog. Porque es algo completamente ineludible e irresistible si resulta que, verdaderamente, eres Dios.

Difunde Mi Palabra

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...