miércoles, 2 de marzo de 2011

El alma.

Es bien sabido, hijos Míos, que el ser humano se compone de dos elementos que son el cuerpo y el alma. El primero sirve como mero contenedor desechable para el segundo que, es un bonito elemento mágico que otorga al ser humano la tan ansiada inmortalidad. Es evidente que nada importa que la existencia del alma sea algo completamente infundado, porque ser algo en lo que se ansia tanto creer, queda completamente exonerado de la necesidad de una demostración empírica, pudiendo simplemente ser justificado mediante la recurrente figura del Señor de los Vacíos. A la mayor parte de la población creyente, tanto en las deidades tradicionales como en las de "marca blanca", como a los simples y abundantes magufos, les es más que suficiente con eso. 

 

Otra cosa son los siempre detestables ateos, siempre incordiando con su necesidad de explicaciones racionales y empíricas. Porque sólo gente de tan despreciable calaña puede cuestionarse la existencia de un alma inmortal que proporciona al hombre esa consciencia eterna que le hace superior al resto de criaturas de Mi creación. En tal estado de insurrección mental podrían, incluso, surgir preguntas como:

- ¿Por qué siendo el alma un elemento sobrenatural, ajeno a las leyes materiales que gobiernan al cuerpo que la porta puede ser tan fácilmente alterada por simples procesos físicos o químicos?.
- ¿Qué ocurre con el alma de los muertos cerebrales y con su conexión inalámbrica al cuerpo vivo?.
- ¿Qué le ha pasado al alma de alguien que ha nacido con una minusvalía cerebral o de qué modo ha podido deteriorarse esta de forma irreparable cuando esta le ha sido sobrevenida por causa de un accidente o una infección que dañan, precisa y sospechosamente, al cerebro?.
- ¿Qué le ocurre el alma de los enfermos mentales?.
- ¿Cómo puede la consciencia cuyo origen está en algo tan inmaterial como el alma alterarse como consecuencia del consumo de algo tan mundano como las drogas?. Es más, ¿cómo puede ser alterada tan mágica sustancia en función de algo tan banal como son los niveles hormonales del organismo?.

Con tales preguntas no hago sino demostrar, una vez más lo dañino que puede ser el escepticismo ateo, estimados crédulos. Y no os quepa la menor duda de que esta gente que no sólo no se somete al aborregamiento de la fe, sino que no es capaz ni tan siquiera de supeditar cualquier razonamiento la más visceral necesidad de creer, verá arder su alma al servicio del Maligno en el justiciero fuego eterno creado por un Dios tan infinitamente benevolente como Yo.

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