Quiero revelaros hoy, devota feligresía, la existencia de una página en la que hay una completa recopilación fotográfica de las magníficas relaciones que siempre han mantenido las jerarquías religiosas con el poder más totalitario, detallado por países. Por supuesto que la mayoría corresponde a miembros de Mi Santa Iglesia, como no podía ser de otra forma teniendo en cuenta su larga historia de próspera connivencia con el poder y de tutela de las libertades.

Es sabido que la religión defiende valores de origen divino que no pueden ser cuestionados, en los que no tienen ninguna influencia las opiniones humanas, por muy mayoritarias que puedan ser. Se trata de un sistema absolutista en el que únicamente la opinión divina puede ser considerada como válida. Esa es la consecuencia de asumir que un sistema moral debe tener necesariamente su origen en una deidad. No es conveniente que exista una población librepensadora, capaz de superar el aborregamiento que pretende toda religión y del que tan orgullosos están sus fieles. Eso siempre supone un serio peligro para la vigencia y perdurabilidad de los sagrados dogmas religiosos. Hay que intentar fomentar la existencia de un poder ajeno a las veleidades de la libertad y la razón, capaz de imponer con firmeza a la población sus sólidos y firmes principios. Ese es el sistema que rige en Mi Iglesia y es el que ésta ha de promover. Solo el caos puede ser la consecuencia del relativismo laicista en que se mueven los pueblos que olvidan a su dios.
El poder sometedor siempre ha sabido valorar la gran capacidad de aborregamiento que tiene la religión que tan interesada está en las enormes ventajas que puede obtener de esta relación. Además de ésto es muy importante para ambos la simbiosis que se produce en la asociación de los conceptos Dios y patria, cuya labor cimenta y fortalece aquel nacionalismo más reaccionario que todo dictador necesita.
La mejor prueba del beneficioso efecto que produce el totalitarismo en la religión es la muy añorada Edad Media, con su proverbial y ejemplar oscurantismo.
Un aspecto fundamental que deben cumplir éstos sistemas políticos es que fomenten la consolidación de los privilegios que favorecen el mantenimiento de las desigualdades sociales que tanto bien hacen a la religiosidad. Cuando no se cumple éste requerimiento, el régimen en cuestión pasa a ser considerado por Mi Iglesia de una forma diferente por no resultar adecuado para la consecución de sus intereses. Entonces sí se critica el totalitarismo, la represión y los crímenes de estado, que tan convenientemente se obvian en el caso contrario.
Además, si alguien puede conseguir tales cotas de poder no es sino porque Yo así lo he querido en Mi infinita misericordia y porque es un elegido Mío. Eso es algo que siempre han acostumbrado a creer tanto los gobernantes absolutistas como sus pueblos sometidos, favoreciendo enormemente este tipo de situaciones. El retroceso de la ignorancia y de la incultura cada vez dificulta más la aceptación de tales argumentos, por lo que se hace muy necesario promoverlas a cualquier precio. Así se justifican los métodos más crueles e inhumanos.
En su ejemplar labor de obtención de poder y de propagación de la fe, Mi Santa Iglesia debe a toda costa buscar los ansiados privilegios que los gobernantes más absolutistas y dictatoriales pueden proporcionarle. Poco importa la cruel, despótico o genocida que sea el gobernante en cuestión, mientras colabore en la difusión de Mi maravilloso mensaje de amor, esperanza y salvación. Aunque pueda haber algunos clérigos poco conformes con ésta relación, lo cierto es que no deben ser tenidos en cuenta por su poca importancia dentro de una estructura tan sumamente jerarquizada como Mi Iglesia, cuya cúpula siempre ha sabido lo importante que resulta la connivencia con el poder más despótico en la sagrada defensa de la fe.
Es sabido que la religión defiende valores de origen divino que no pueden ser cuestionados, en los que no tienen ninguna influencia las opiniones humanas, por muy mayoritarias que puedan ser. Se trata de un sistema absolutista en el que únicamente la opinión divina puede ser considerada como válida. Esa es la consecuencia de asumir que un sistema moral debe tener necesariamente su origen en una deidad. No es conveniente que exista una población librepensadora, capaz de superar el aborregamiento que pretende toda religión y del que tan orgullosos están sus fieles. Eso siempre supone un serio peligro para la vigencia y perdurabilidad de los sagrados dogmas religiosos. Hay que intentar fomentar la existencia de un poder ajeno a las veleidades de la libertad y la razón, capaz de imponer con firmeza a la población sus sólidos y firmes principios. Ese es el sistema que rige en Mi Iglesia y es el que ésta ha de promover. Solo el caos puede ser la consecuencia del relativismo laicista en que se mueven los pueblos que olvidan a su dios.
El poder sometedor siempre ha sabido valorar la gran capacidad de aborregamiento que tiene la religión que tan interesada está en las enormes ventajas que puede obtener de esta relación. Además de ésto es muy importante para ambos la simbiosis que se produce en la asociación de los conceptos Dios y patria, cuya labor cimenta y fortalece aquel nacionalismo más reaccionario que todo dictador necesita.
La mejor prueba del beneficioso efecto que produce el totalitarismo en la religión es la muy añorada Edad Media, con su proverbial y ejemplar oscurantismo.
Un aspecto fundamental que deben cumplir éstos sistemas políticos es que fomenten la consolidación de los privilegios que favorecen el mantenimiento de las desigualdades sociales que tanto bien hacen a la religiosidad. Cuando no se cumple éste requerimiento, el régimen en cuestión pasa a ser considerado por Mi Iglesia de una forma diferente por no resultar adecuado para la consecución de sus intereses. Entonces sí se critica el totalitarismo, la represión y los crímenes de estado, que tan convenientemente se obvian en el caso contrario.
Además, si alguien puede conseguir tales cotas de poder no es sino porque Yo así lo he querido en Mi infinita misericordia y porque es un elegido Mío. Eso es algo que siempre han acostumbrado a creer tanto los gobernantes absolutistas como sus pueblos sometidos, favoreciendo enormemente este tipo de situaciones. El retroceso de la ignorancia y de la incultura cada vez dificulta más la aceptación de tales argumentos, por lo que se hace muy necesario promoverlas a cualquier precio. Así se justifican los métodos más crueles e inhumanos.
En su ejemplar labor de obtención de poder y de propagación de la fe, Mi Santa Iglesia debe a toda costa buscar los ansiados privilegios que los gobernantes más absolutistas y dictatoriales pueden proporcionarle. Poco importa la cruel, despótico o genocida que sea el gobernante en cuestión, mientras colabore en la difusión de Mi maravilloso mensaje de amor, esperanza y salvación. Aunque pueda haber algunos clérigos poco conformes con ésta relación, lo cierto es que no deben ser tenidos en cuenta por su poca importancia dentro de una estructura tan sumamente jerarquizada como Mi Iglesia, cuya cúpula siempre ha sabido lo importante que resulta la connivencia con el poder más despótico en la sagrada defensa de la fe.