Pese a que Mi bondad es algo que resulta absolutamente indiscutible e indispensable para Mi religión, no es difícil para el común de los mortales percibir que, siendo Yo el único creador de todo lo existente, también soy el responsable último de todo el mal y el sufrimiento que padece Mi creación. Éste espinoso asunto ya quedó completamente aclarado en Mi anterior entrada titulada "Mi Infinita bondad".
Una vez que se admite, por medio del Misterio Divino si hace falta, que Yo soy bondad en estado puro también tengo que admitir que la crueldad también forma parte de Mi sublime condición. Reconozco que obtengo un placer inusitado infligiendo dolor a las criaturas de Mi creación. Es esa la verdadera causa de que Me decidiese, de forma completamente arbitraria, a crear el mal y el sufrimiento. Me deleita ver cómo Mis feligreses cargan sobre su conciencia con una constante carga de culpa por quebrantar las prohibiciones por Mí impuestas, como consecuencia de una condición de la que Yo les doté a Mi antojo. Lo mismo Me sucede al condenarlos misericordiosamente al justiciero fuego eterno del Infierno.
También disfruto sobremanera exigiendo a Mis cobayas humanas sumisa resignación cuando de manera caprichosa decido llenar sus vidas de gratuito sufrimiento. Eleva mucho la autoestima ver lo necesaria que resulta Mi salvadora intervención para encauzar la marcha de un Mundo que padece las consecuencias de Mi incomparable indolencia y de Mis acostumbradas ausencias. Porque lo mismo Me reconforta el sufrimiento por Mí ocasionado directamente, como el originado pasivamente por las calamidades fruto de la omisión de Mis responsabilidades y de Mi todopoderosa ayuda. También es muy importante como, de forma indirecta, se alimenta Mi insaciable autoestima al contemplar la destrucción ocasionada por el malvado Satanás, al que Yo mismo creé.

Mi sadismo es también la verdadera causa que explica las guerras, y muy especialmente, las libradas en Mi nombre. La combinación de éste con el concepto de Patria siempre a generado un valeroso y desatado ardor guerrero.
A diferencia de muchos de los aspectos de la religión, será muy fácil para Mis lectores comprender que así se obtiene una indescriptible y majestuosa sensación de dominio sobre toda Mi Creación, cuyo fin es servir de alimento para Mi infinita arrogancia. Porque de nada sirve ser Dios si no puedes disfrutar de los privilegios asociados a tal condición.
Aquellos de Mis devotos seguidores que se sientan contrariados con lo que aquí expongo quiero decirles que eso siempre ha sido siempre así y, en mayor medida, en la vengativa, genocida, obsoleta y muy iracunda versión Dios 1.0. Tampoco están nada mal la sangre que hice derramar a Mi hijo y las torturas a las que se vio sometido, para actualizarme a Dios 2.0.. Tan sólo tenéis que consultar la Biblia, ese libro sagrado en la que se adoctrina a tantas tiernas mentes infantiles para conocer verdaderamente a ese Dios sediento de sangre que soy Yo.

Una de las maneras de las que más Me gusta manifestarme es mediante los estigmas, esas maravillosas manifestaciones de una fe auténticamente hemorrágica. También es de siempre conocido lo mucho que Me gusta el dolor físico como trámite necesario a cumplir por Mis fieles cuando quieren hacerme súplicas o mostrarme su agradecimiento. O Mi fijación con la penitencia, y Mi preferencia por aquellos que autodisciplinan de manera sangrante con aparatos tan ingeniosos como el cilicio, de tan acostumbrado uso en el Opus Dei.
Me encanta que se Me alabe por medio de procesiones con tintes verdaderamente macabros en las que Mis feligreses se recrean en las torturas sufridas por Mi chaval Jesucristo, a la vez que se fomenta el más ejemplar cutrerío religioso y se cultiva el necesario gusto por la ostentación.

El martirio en Mi nombre y en el de la defensa de Mi fe siempre ha sido muy valorado por Mí y por Mi Santa Iglesia, que acostumbra a premiarlo con la santidad.

Tengo que confesar que echo mucho de menos los tiempos de la Santa Inquisición, que tanto bien ha hecho por el género humano, y que tantos momentos inolvidables Me ha deparado.
Puede parecer evidentemente contraproducente para la fe el hecho de que hable tan explícitamente como lo he hecho en ésta entrada de Mi sádica condición, pero lo cierto es que, cuando se trata de temas religiosos, la evidencia siempre acaba postergada ante la profunda necesidad humana de creerse elegido por Mí, un Dios al que temer y respetar pero cuya bondad garantiza la tan ansiada y reconfortante transcendencia. El constreñimiento del pensamiento que ocasiona la fe tiene, así mismo, efectos protectores muy beneficiosos para su preservación frente a los más perniciosos razonamientos. De hecho, el miedo y el sufrimiento tienen la maravillosa y provechosa virtud de generar una profunda fe en el ser humano. Al fin y al cabo, el bien y el mal son algo meramente absoluto que Yo siempre puedo cambiar.
Por supuesto que también hay alegrías en la vida y es que no podría ser de otra forma porque, es proverbial Mi bondad e infinita Mi Misericordia. De hecho es gracias a la fe en Mí como más se disfruta la vida, pese a lo que puedan decir los denostables ateos. Es por eso que os ruego, queridos feligreses, que Me busquéis en vuestros corazones y que os abandonéis aborregados y libres de los perniciosos efectos de la razón, a Mí, vuestro buen pastor, conscientes de que el sufrimiento no es sino una grandiosa virtud destinada a mitigar el insaciable sadismo, que caracteriza a vuestro Dios, único referente válido para la moral humana.


Mi sadismo es también la verdadera causa que explica las guerras, y muy especialmente, las libradas en Mi nombre. La combinación de éste con el concepto de Patria siempre a generado un valeroso y desatado ardor guerrero.

Aquellos de Mis devotos seguidores que se sientan contrariados con lo que aquí expongo quiero decirles que eso siempre ha sido siempre así y, en mayor medida, en la vengativa, genocida, obsoleta y muy iracunda versión Dios 1.0. Tampoco están nada mal la sangre que hice derramar a Mi hijo y las torturas a las que se vio sometido, para actualizarme a Dios 2.0.. Tan sólo tenéis que consultar la Biblia, ese libro sagrado en la que se adoctrina a tantas tiernas mentes infantiles para conocer verdaderamente a ese Dios sediento de sangre que soy Yo.

Una de las maneras de las que más Me gusta manifestarme es mediante los estigmas, esas maravillosas manifestaciones de una fe auténticamente hemorrágica. También es de siempre conocido lo mucho que Me gusta el dolor físico como trámite necesario a cumplir por Mis fieles cuando quieren hacerme súplicas o mostrarme su agradecimiento. O Mi fijación con la penitencia, y Mi preferencia por aquellos que autodisciplinan de manera sangrante con aparatos tan ingeniosos como el cilicio, de tan acostumbrado uso en el Opus Dei.


El martirio en Mi nombre y en el de la defensa de Mi fe siempre ha sido muy valorado por Mí y por Mi Santa Iglesia, que acostumbra a premiarlo con la santidad.

Tengo que confesar que echo mucho de menos los tiempos de la Santa Inquisición, que tanto bien ha hecho por el género humano, y que tantos momentos inolvidables Me ha deparado.

Por supuesto que también hay alegrías en la vida y es que no podría ser de otra forma porque, es proverbial Mi bondad e infinita Mi Misericordia. De hecho es gracias a la fe en Mí como más se disfruta la vida, pese a lo que puedan decir los denostables ateos. Es por eso que os ruego, queridos feligreses, que Me busquéis en vuestros corazones y que os abandonéis aborregados y libres de los perniciosos efectos de la razón, a Mí, vuestro buen pastor, conscientes de que el sufrimiento no es sino una grandiosa virtud destinada a mitigar el insaciable sadismo, que caracteriza a vuestro Dios, único referente válido para la moral humana.