Para conocerme con la sola luz de la razón, el hombre encuentra muchas dificultades. Además no puede entrar por sí mismo en la intimidad del misterio divino. Por ello, he querido iluminarlo con mi Revelación, no sólo acerca de las verdades que superan la comprensión humana, sino también sobre verdades religiosas y morales, que, aun siendo de por sí accesibles a la razón, de esta manera pueden ser conocidas por todos sin dificultad, con firme certeza y sin mezcla de error.
Puesto que mis feligreses conocen la verdad por el fácil atajo de mis revelaciones, no necesitan perder el tiempo en la búsqueda de explicaciones. De hecho, puede que dicha búsqueda de los más desconfiados haya llegado a ocasionar situaciones desagradables a mi fe al demostrar que las verdades reveladas eran falsas. Esto obligó a mi Santa Iglesia a reinterpretar su visión del mundo para evitar males mayores, pero en cualquier caso siguió manteniendo que cualquier avance basado en la razón estaba irremediablemente destinado a corroborar los dogmas de mi Iglesia.
El misterio divino es un perfecto comodín del que mi Iglesia puede hacer uso cuando su doctrina carece de explicación lógica. Es el relleno que ocupa el inmenso espacio vacío existente entre la razón y la doctrina de mi Iglesia.
Gracias al misterio divino se pueden hacer razonamientos básicos y carentes de toda demostración, despreocupándose del hecho de que tengan implicaciones evidentemente absurdas.
También nos confiere una clara ventaja sobre disciplinas como la ciencia, empeñada en demostrar sus afirmaciones y limitada por no poder ser incoherente. Podemos así corregir y mostrarnos paternalistas ante el saber racional. Es indudable que la ignorancia es un requisito fundamental para mi misterio y la Edad Media fue su época dorada.
No es de menor importancia el hecho de que hay un gran mercado para el misterio porque hay una abundante masa de gente atraída por él, siempre recreándose en la ignorancia para reforzar su romántica concepción del Universo como algo místico.
Es la forma de calmar la necesidad de los humanos de saber y cumple la fundamental función de sosiego y de hacerles creer que esos misterios son sagrados y que Yo los conozco y manejo, de forma que si siguen mi doctrina les protegeré.
Mi misterio es por lo tanto algo mágico y maravilloso que, al ser asumido, evita el avance del conocimiento racional. Resulta evidente que este, por mucho que haya hecho progresar al ser humano, no deja de alejarle de Mí, avocándolo a la condenación.
Alabado sea todo aquel que se conforma con mi verdad sin perder el tiempo pensando, ya que el pensamiento libre le impedirá lograr la felicidad.
Puesto que mis feligreses conocen la verdad por el fácil atajo de mis revelaciones, no necesitan perder el tiempo en la búsqueda de explicaciones. De hecho, puede que dicha búsqueda de los más desconfiados haya llegado a ocasionar situaciones desagradables a mi fe al demostrar que las verdades reveladas eran falsas. Esto obligó a mi Santa Iglesia a reinterpretar su visión del mundo para evitar males mayores, pero en cualquier caso siguió manteniendo que cualquier avance basado en la razón estaba irremediablemente destinado a corroborar los dogmas de mi Iglesia.
El misterio divino es un perfecto comodín del que mi Iglesia puede hacer uso cuando su doctrina carece de explicación lógica. Es el relleno que ocupa el inmenso espacio vacío existente entre la razón y la doctrina de mi Iglesia.
Gracias al misterio divino se pueden hacer razonamientos básicos y carentes de toda demostración, despreocupándose del hecho de que tengan implicaciones evidentemente absurdas.
También nos confiere una clara ventaja sobre disciplinas como la ciencia, empeñada en demostrar sus afirmaciones y limitada por no poder ser incoherente. Podemos así corregir y mostrarnos paternalistas ante el saber racional. Es indudable que la ignorancia es un requisito fundamental para mi misterio y la Edad Media fue su época dorada.
No es de menor importancia el hecho de que hay un gran mercado para el misterio porque hay una abundante masa de gente atraída por él, siempre recreándose en la ignorancia para reforzar su romántica concepción del Universo como algo místico.
Es la forma de calmar la necesidad de los humanos de saber y cumple la fundamental función de sosiego y de hacerles creer que esos misterios son sagrados y que Yo los conozco y manejo, de forma que si siguen mi doctrina les protegeré.
Mi misterio es por lo tanto algo mágico y maravilloso que, al ser asumido, evita el avance del conocimiento racional. Resulta evidente que este, por mucho que haya hecho progresar al ser humano, no deja de alejarle de Mí, avocándolo a la condenación.
Alabado sea todo aquel que se conforma con mi verdad sin perder el tiempo pensando, ya que el pensamiento libre le impedirá lograr la felicidad.