
La hipocresía se define como el acto de fingir cualidades, ideas o sentimientos que en realidad no se tienen y es un grave pecado cuando las personas aseguran honrarme a Mí, su Dios, pero en realidad no es esa la intención que tienen en sus corazones. De esta forma, la denostable hipocresía puede resultar un recurso muy válido siempre que cumpla la función de servicio a Dios, y mi fiel Iglesia ha hecho siempre un magistral uso de tan útil recurso de forma totalmente lícita para conseguir mantener e incrementar su inmenso poder para hacer el bien.
Podría parecer que los actos de mi Iglesia no podrían estar más alejados de su mensaje, de forma que las incongruencias se acumulan hasta el punto de resultar evidente que en su seno son muy pocos los que se creen lo que preconizan. Un análisis frío y detenido podría llevar a la equivocada conclusión de que se usa el nombre de Dios como mera herramienta para conseguir poder y dominar a las masas pero, queridos feligreses, ¿acaso es eso tan malo?, ¿quién puede olvidar el admirable papel que desempeña mi Iglesia para aplacar el miedo existencial?, ¿quizás se está olvidando a la hora de elaborar tales razonamientos el sufrimiento eterno que supone la condenación?.
Resulta quizás la prueba más evidente de la fortaleza de mi Iglesia, el hecho de que pese a ser una gran parte de mis feligreses conscientes de su hipocresía, el inestimable poso que deja el adoctrinamiento le permita seguir gozando del inmenso poder y relevancia que siempre la han caracterizado. Yo que soy el mismo Dios, sé fehacientemente que la santa, apostólica, hipócrita y romana Iglesia católica siempre trata de honrarme con cada uno de sus actos.