martes, 9 de diciembre de 2008

La libido de un clero célibe.

Os hablaré hoy, querida feligresía, de un tema tan delicado como es la sexualidad en el seno de mi Iglesia célibe. El celibato sacerdotal, custodiado por la Iglesia como una perla preciosa, conserva todo su valor también en este tiempo, caracterizado por una profunda degeneración de mentalidades y estructuras. Cada día es mayor el clamor que solicita a mi institución que reexamine sus posiciones en este aspecto, haciéndolas aparecer como problemáticas e ilógicas en este tiempo.
Conviene en este punto reconocer que el celibato sacerdotal no fue una obligación desde el principio, sino que fue imponiéndose, con dificultad y por motivos filosóficos, económicos y de orden eclesial. De hecho el celibato obligatorio llegó finalmente en el sigo XII, después de un largo y gradual camino desde los inicios del cristianismo hacia la prohibición del matrimonio de los clérigos y de que, en 1095, el Papa Urbano II decretase la venta de las mujeres de los sacerdotes como esclavas y el abandono de sus hijos. Pese a ésto, en el siglo XV todavía la mitad de los sacerdotes estaban casados.
Todos estos aspectos históricos podrían hacer aparecer al sagrado celibato como una mera condición impuesta por la jerarquía católica a lo largo de los siglos buscando una sobriedad más económica que moral. El hecho de que los sacerdotes tuviesen que mantener una familia haría que necesitasen mayores recursos económicos y esto redundaría en un grave perjuicio para las arcas de mi necesitada Iglesia.
También es un hecho el que no hay justificación ninguna en el Nuevo Testamento para ésta práctica pero, queridos feligreses, por muy grande que sea la avalancha de objetivas objeciones, aquellos que viven y han vivido gozosos el ministerio de Cristo conocen bien que del sagrado celibato aflora un amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual; vivida con valiente austeridad y con gozosa espiritualidad. Además de esto, la interpretación tendenciosa de los Evangelios según la conveniencia de la jerarquía católica es un recurso antiguo, muy efectivo y necesario para incrementar el sagrado poder de la institución.


Claro está que en el ser humano el sexo es una necesidad completamente natural y que es imposible llevar a la práctica los postulados teóricos del celibato, de forma que resulta frecuente el hecho que que la mayoría de los sacerdotes heterosexuales cuenten con los favores de amantes, novias ó profesionales del amor. Es por eso que debe existir un completo oscurantismo alrededor de este asunto para evitar que dañe irreparablemente la estructura de mi Iglesia. Ésta elaborada y consolidada estrategia de ocultación de la sexualidad es la que siempre ha atraído en gran modo hacia el sacerdocio a homosexuales deseosos de ocultar su condición mientras siguen manteniendo, igualmente, una vida sexual completamente activa. Dichos homosexuales se convierten así en aparentes militantes fervorosos de una religión que criminaliza de forma implacable su condición. Solo los poseedores de una particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas se conforman con llevar una vida plena en castidad y se conforman con la masturbación.
El hecho de que todo esto sea así y de que resulte bien conocido en el seno de mi Iglesia que aparenta desconocimiento solo puede explicarse mediante la hipocresía redentora. Porque, queridos feligreses, de alguna forma ha de aplacarse la libido de un clero célibe.
Lo más difícil de explicar podría ser el hecho de que los fieles de mi rebaño sigan tan sumisos a los pastores mi religión, pese a ser, la mayoría, plenamente conscientes de la incongruencia de sus inconfesados devaneos sexuales. Pero en eso, como en la mayor parte de los aspectos de mi religión, son de inestimable ayuda la visceral necesidad de mi existencia y el adoctrinamiento temprano.
Mi Iglesia deberá, por tanto, actuar al margen de la obviedad de que el sexo es inherente a la condición humana y seguir teniéndolo como tema tabú. También aparentará tener a la castidad como un valor precioso de la vida sacerdotal.

1 comentario:

Ashes dijo...

"Si dios hubiera querido que tuviéramos alguna religión, y fuera realmente poderoso, o en otras palabras, si fuera realmente un Dios, ¿nos hubiera participado sus órdenes a través de medios tan absurdos?,¿nos hubiera mostrado cómo había que servirle a través de la voz de un despreciable bandido?
Si es supremo, si es poderoso, si es justo, si es bueno, ¿querrá ese Dios del que me hablas enseñarme a servirle y conocerle a través de enigmas y de farsas? Motor soberano de los astros y del corazón de los hombres, no puede instruírnos sirviéndose de los primeros o convencernos grabándose en el segundo? Que acuñe un día en trazos de fuego, en el centro del sol, la ley que puede complacerle y desee imponernos; al leerla y contemplarla un tiempo, todos los hombres de un extremo al otro del universo, serán culpables si entonces no la siguen."
El Conde de Bressac, hablando desde la pluma de Donatien Alphonse François de Sade

Todo bien, Dios, pero el blog exige que la gente sepa leer...
Como siempre, la estás pifiando.
Intentá escribir en el sol..
o hacete flogger.

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