lunes, 24 de noviembre de 2008

Mi ley divina.

Siendo yo el ser supremo, omnisciente y todopoderoso decidí crear una serie de leyes de forma completamente arbitraria. En mi eterna bondad no fue nada más que una forma de divertirme constriñendo la libertad que previamente había concedido al género humano, siempre bajo la aterradora amenaza de la condenación. Dichas leyes acostumbran a dividirse en dos tipos:

- Ley natural: contempla el conjunto de las leyes que rigen el Universo. Se pueden hacer tres interpretaciones fundamentales:
  • La interpretación tradicional y la más importante es que la ley natural es la ley que todo hombre tiene en su corazón, dictándole lo que debe y no debe hacer y provocándole su amor por mí. En el primer grupo se encuentran las básicas ancestrales de convivencia el ser humano como animal social. En el segundo está la visceral necesidad de mi existencia. Las normas son anteriores al surgimiento de todas las religiones y para creer que han sido puestas precisamente por mí hace falta un gran acto de fe. De no ser así quedaría patente que el hombre no necesita de los valores absolutos de la religión para fundamentar su sistema moral.
  • Se puede aprovechar a meter en el grupo anterior leyes basadas en interpretaciones bucólicas de la naturaleza, mediante una extrapolación sesgada del comportamiento animal. Es por eso que si perros y gatos sólo practican el sexo con fines reproductivos, se interpreta que el ser humano debe hacer lo mismo. Dichas interpretaciones dan mucho juego.
  • También existe una concepción surgida de la adaptación al nuevo medio creado por el avance científico. En los comienzos de la insolente disciplina científica, las leyes físicas fueron contempladas como una simple amenaza para la tan necesaria concepción mística del Universo. Hay que reconocer que la existencia de leyes fijas e inmutables limitan mi poder pero hoy en día se prefiere usarlas en provecho propio porque pueden ser manipuladas a favor de la causa, siviendo para exaltar mi grandeza y ganar adeptos. Por otro lado siempre es necesario estar vigilante ante los avances científicos para que no dañen la primigenia concepción tradicional basada en la contemplación de perros, gatos y borregos, evitando dislates como los que ocasiona frecuentemente la ingeniería genética.
- Ley revelada: es el conjunto de leyes que en su día dicté al ser humano por el cómodo atajo mental de la revelación. En mi caso se denominan mandamientos y se las endosé en dos tablas de piedra a un tipo que llevaba 40 días perdido por el monte. Se dividen en dos tipos:
  • Leyes que buscan la fidelización a la causa religiosa. Básicamente se exhorta a alabar mi grandeza. Su función es el sometimiento a la autoridad suprema correcta puesto que la visceral necesidad de una existencia divina hacía a al hombre muy vulnerable a las falsas religiones competidoras. Por supuesto, también garantizan la transmisión de la fe por medio del adoctrinamiento.
  • Leyes de carácter moral. Son los fundamentos morales dictados por mí para establecer una moral religiosa absoluta y que coinciden con los que, por medio de la ley natural, lleva la especie humana utilizando desde que existe. Aquí se cae en la contradicción de volver a dictar unas normas que se supone que ya venían de serie en el comportamiento humano. La cuestión tener que hacerlo es que realmente puede llevar a malentendidos el hecho de que los principios morales existentiesen a priori y que sean compartidos posteriormente por las demás religiones. Para despejar las dudas y, puesto que se necesitan argumentos absolutos religiosos para acusar de relativismo moral a los no creyentes, que también comparten los valores de la ley natural, fue necesario redactar los mandamientos por escrito. Además, su formulación como mandato divino, fue muy efectiva en el inicio para dotar a las normas de convivencia preexistentes de las de la máxima autoridad posible, la mía por supuesto, y garantizando así su acatamiento en beneficio del orden social.
Mi Santa Iglesia ha ido interpretando de forma convenientemente subjetiva las supuestas leyes de todo tipo puestas por Mi en el Universo y elaborando una serie de preceptos, de valor absoluto y de obligado cumplimiento por la feligresía, con los que ir gobernando a su rebaño a lo largo de los tiempos. Por supuesto, entre dichos preceptos, debe intercalarse alguno especialmente absurdo como la prohibición del consumo de ciertos alimentos en determinadas fechas, justificados únicamente por motivos locales y temporales determinados, pero que pasado el tiempo son muy eficaces para resaltar mi suprema arbitrariedad.

jueves, 6 de noviembre de 2008

De lo relativo y lo absoluto.

Dado que la religión cumple una función básica de mitigar el ansia humana de conocimiento cuando faltan los datos necesarios, tiene la gran ventaja de que no ser esclavo de éstos. Por lo tanto es lógico que, dado que se crea únicamente en base a cubrir unas determinadas necesidades, se trate de una disciplina repleta de certezas absolutas e inamovibles.
Todas éstas certezas orbitan alrededor de una o varias figuras mágicas y sobrenaturales denominadas dioses. Puesto que el hecho de la divinidad está repleta de contradicciones, cuanto más dioses más contradictoria e indefendible resulta una religión. Pese a que es deseable que la razón quede en un papel muy secundario en el sentimiento religioso, siendo mucho más importantes la fe y la tradición, no es raro que las que más aceptación han ido adquiriendo a lo largo de los tiempos hayan sido las monoteístas. En éstas religiones es un único dios necesariamente omnipotente quien de forma arbitraria crea tanto el mundo físico como las leyes y valores necesariamente absolutos que lo rigen. Dado que todo ésto responde a la necesidad de crear explicaciones fáciles, prefiere obviarse la paradoja de que un Universo regido por leyes y valores absolutos e inamovibles es claramente incompatible con la omnipotencia de su creador, que se ve por lo tanto limitado por éstos.
En cualquier caso, de todos éstos sumos hacedores de verdades absolutas, sólo Yo soy el auténtico y es Mi Iglesia la encargada de su administración y difusión. Porque dicha institución se ha encargado desde sus orígenes de ejercer su proverbial labor pastoril usando lo absoluto de mi verdad como argumento de autoridad. Es así que el poder de mi Iglesia ha gobernado la lo largo de la historia las vidas de los habitantes de muchos países en base a argumentos absolutos, inventados únicamente como parche para subsanar la falta de conocimiento. Por eso la ignorancia resulta tan valiosa y por eso es tan necesario incidir en la importancia de los valores absolutos. Gracias a que cuenta con ellos Mi Iglesia siempre ha atacado a los no creyentes acusándolos de relativismo, del mismo modo que también ataca de manera loable al perverso laicismo.
El gran problema es que los tiempos cambian y eso conlleva la falta de adaptación de los viejos valores absolutos a las nuevas sociedades, que quedan obsoletos e inservibles y pasan a constituir un pesado lastre. Es entonces cuando aparece otro gran problema, la sociedad clama por una revisión de los viejos valores para adaptarse a los nuevos tiempos, sin plantearse que eso implica reconocer que son realmente relativos, lo que conlleva el desmoronamiento del enorme entramado religioso construido únicamente sobre la base del carácter absoluto de mi verdad. Ante la difícil tesitura de que mi religión desaparezca, bien por obsolescencia o bien por evidenciarse como fraudulenta, mi Santa Iglesia siempre ha sabido cómo encontrar la templanza justa para relativizar sus verdades absolutas de la forma más suave posible, protegida por el oscurantismo. Gracias al seguidismo del rebaño y a la necesidad de mis feligreses de creer en algo, la difícil tarea siempre se ha llevado a cabo con considerable éxito, pero la relativización de los principios absolutos ha de hacerse muy despacio para no despertar sospechas y la sociedad cada vez avanza más deprisa…

martes, 4 de noviembre de 2008

Mi suprema arbitrariedad.

Por definición soy un ser infinito, increado y todopoderoso. Dado que nada existía antes que Yo, que fuí el artífice de la creación y que mi poder es ilimitado es evidente que no podía haber criterios previos que limitasen mis actos. Por lo tanto todas las decisiones que he tomado, así como las leyes que he impuesto tienen que ser necesariamente arbitrarias. Matar y robar es malo porque Yo así lo quise y pensar que son actos intrínsecamente malos, al margen de mi decisión, es plantear que el bien y el mal existen antes que Yo y que limitan mi condición, cuestinonando mi propia existencia y anulando todos los argumentos que fundamentan la moral religiosa.

El hecho de que las verdades absolutas que necesita mi religión surjan de manera completamente arbitraria es algo que no resulta fácil de asimilar por Mi Iglesia en su obcecada lucha contra el "relativismo ateo". Es por ser una cuestión tan incómoda que Mi Santa Iglesia trata de negarla constantemente con argumentos completamente inconexos que acaban inexorablemente buscando refugio en el, tan socorrido, Misterio Divino.

En cualquier caso queda claro que mi suprema arbitrariedad es la cualidad principal que rige todas mis decisiones, arrastrando tras de sí a todo el Universo, en una eterna sinfonía de amor.

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