martes, 5 de abril de 2011

La divina providencia.

En cuanto a único Dios creador de todo lo existente, Yo soy bastante detallista y tengo unos planes muy minuciosos para la vida de cada uno de mis feligreses. A eso se le llama la divina providencia y ellos deben saber acatarla de manera virtuosa. Aunque esa es la definición formal no conviene olvidar que la sumisa aceptación de Mi voluntad tiene dos aspectos diferenciados en función de lo afortunado de las circunstancias vitales:
- Cuando el individuo goza de una vida privilegiada en comparación con la media de la población, se usa Mi voluntad para justificar tan benévolo destino, mediante la autoconvicción de ser Mi elegido. Así se acallan pensamientos incómodos y posibles remordimientos.
- Ante la adversidad se manifiesta como una poderosa arma de resignación, teniendo la función evidente de buscar consuelo a la desesperada ante los reveses de la vida. Es así como surge la idea de que las desgracias de la vida son en realidad ininteligibles e inescrutables designios de un dios amoroso como Yo, que en el fondo lo hace por el propio bien del individuo. Puede ser un serio obstáculo para el disfrute de la vida en tanto que la devota aceptación de Mi voluntad puede impedir la búsqueda de soluciones, originando indolencia y acallando el problema mientras simplemente se Me piden fuerzas para superarlo. En Mi religión recibe el descriptivo nombre de "resignación cristiana" y, por medio de la exaltación de la alegría del sufrimiento da lugar a las más piadosas formas de masoquismo.


La aceptación de la divina providencia, cuando se asciende al nivel de sociedad, resulta la más eficaz forma de consolidación de las más sangrantes desigualdades sociales. Su función es dar justificación al orden social establecido. La apelación a la voluntad divina consigue el aborregamiento del pueblo, preparándolo para así para ser pastoreado. Por eso la religión siempre ha sido tan utilizada por los poderes fácticos, y en una connivencia con Mi Iglesia de la que ésta sale muy beneficiada, ejerciendo su implacable tutela de las libertades. Si a ésto se une el que la desigualdad social es una admirable generadora de fe, queda claro el inigualable virtuosismo que supone la aceptación de la divina providencia. Es una verdadera pena que todo ésto se pierda con el avance en los derechos sociales y con la peligrosísima profundización en la laicidad del estado.

miércoles, 2 de marzo de 2011

El alma.

Es bien sabido, hijos Míos, que el ser humano se compone de dos elementos que son el cuerpo y el alma. El primero sirve como mero contenedor desechable para el segundo que, es un bonito elemento mágico que otorga al ser humano la tan ansiada inmortalidad. Es evidente que nada importa que la existencia del alma sea algo completamente infundado, porque ser algo en lo que se ansia tanto creer, queda completamente exonerado de la necesidad de una demostración empírica, pudiendo simplemente ser justificado mediante la recurrente figura del Señor de los Vacíos. A la mayor parte de la población creyente, tanto en las deidades tradicionales como en las de "marca blanca", como a los simples y abundantes magufos, les es más que suficiente con eso. 

 

Otra cosa son los siempre detestables ateos, siempre incordiando con su necesidad de explicaciones racionales y empíricas. Porque sólo gente de tan despreciable calaña puede cuestionarse la existencia de un alma inmortal que proporciona al hombre esa consciencia eterna que le hace superior al resto de criaturas de Mi creación. En tal estado de insurrección mental podrían, incluso, surgir preguntas como:

- ¿Por qué siendo el alma un elemento sobrenatural, ajeno a las leyes materiales que gobiernan al cuerpo que la porta puede ser tan fácilmente alterada por simples procesos físicos o químicos?.
- ¿Qué ocurre con el alma de los muertos cerebrales y con su conexión inalámbrica al cuerpo vivo?.
- ¿Qué le ha pasado al alma de alguien que ha nacido con una minusvalía cerebral o de qué modo ha podido deteriorarse esta de forma irreparable cuando esta le ha sido sobrevenida por causa de un accidente o una infección que dañan, precisa y sospechosamente, al cerebro?.
- ¿Qué le ocurre el alma de los enfermos mentales?.
- ¿Cómo puede la consciencia cuyo origen está en algo tan inmaterial como el alma alterarse como consecuencia del consumo de algo tan mundano como las drogas?. Es más, ¿cómo puede ser alterada tan mágica sustancia en función de algo tan banal como son los niveles hormonales del organismo?.

Con tales preguntas no hago sino demostrar, una vez más lo dañino que puede ser el escepticismo ateo, estimados crédulos. Y no os quepa la menor duda de que esta gente que no sólo no se somete al aborregamiento de la fe, sino que no es capaz ni tan siquiera de supeditar cualquier razonamiento la más visceral necesidad de creer, verá arder su alma al servicio del Maligno en el justiciero fuego eterno creado por un Dios tan infinitamente benevolente como Yo.

jueves, 17 de febrero de 2011

El Señor de los vacíos.

La religión sólo es útil si sirve para generar certezas con las que rellenar fácil y rápido los inabarcables vacíos del conocimiento humano, con ese gran parche llamado Dios. Dado que Mi existencia se fundamenta en el desconocimiento, es lógico que cuanto más grande es lo ignorado, mayor es la estupefacción creada y más irresistible es la tentación de buscar tan recurrente atajo. El hecho de que el avance del conocimiento vaya acompañada de un continuo repliegue en Mis posiciones, algunas tan añoradas por los de Mi gremio como eran las de dar sentido al día y a la noche, en ningún caso debe haceros llegar a la dañina conclusión de que esa tendencia es irreversible, ya que podría llevaros a poner en duda vuestra necesaria fe. Ante todo nunca hay que rendirse y nuestro favor juega el hecho de que el avance de la insolente ciencia la va llevando cada vez más cerca de los límites de la capacidad de comprensión humana, surgiendo a su vez nuevos, fascinantes y acogedores vacíos en los que Yo siempre tendré cabida, aunque sea sólo de forma temporal. Poco importa a quienes en su necesidad de creer el hecho de que Yo, ese Gran Ingeniero hacedor de las sublimes leyes y constantes físicas, sea tan infinitamente arrogante, indolente, sádico y olvidadizo siempre que tenga unos gustos tan cutres y humanos como los que caracterizan a Mi religión. Al fin y al cabo, esos gustos son el componente más demandado por quien ansía creer.


 Es completamente necesario que Mi Iglesia siga oponiéndose al avance científico en la medida de sus posibilidades y, cuando cuando este amenace con desauciarme nuevamente de cualquiera de Mis vastos dominios, ha de seguir con su ejemplar labor de reinterpretación parcial de lo conocido y de realojo en los nuevos vacíos originados, siempre negando este repliegue de posiciones que podría ser tan mal entendido.
Nunca os olvidéis de que Yo soy quien ha de rellenar los vacíos del conocimiento, hijos Míos, la única y auténtica personalización de la Ignorancia, por mucho que otras deidades impostoras hayan servido o puedan servir para realizar esa misma función.

miércoles, 9 de febrero de 2011

La falta de vocaciones.

Es por todos bien conocida la falta de vocaciones que padece hoy en día a Mi Iglesia. La culpa, claro está , no es sino la secularización de la sociedad y del olvido de Mi, vuestro Dios, que caracteriza al mundo moderno. Dado que tal ausencia aumenta con el desarrollo de las naciones, es evidente que tanto el aumento en el nivel cultural de la población como la disminución de sus niveles de pobreza son totalmente contraproducentes para la fe y resultan completamente favorecedoras tanto para el aumento del ateísmo, como para la vanalización de esta que se produce en aquellos incapaces de desvincularse completamente de unas creencias religiosas en las que han sido adoctrinados. Quiero por tanto, animar a Mi Iglesia para que no cese en su empeño de total oposición al progreso de los pueblos y de su ciencia, así como a que siga ejerciendo su tradicional, y cada vez más dificultosa, función de tutela de esas libertades que tanto daño han ocasionado a una población que va perdiendo la mentalidad borreguil tan necesaria para la fe como para la formación de sus pastores.


martes, 1 de febrero de 2011

Marcial Maciel:«Una figura enigmática» para Benedicto XVI

Hoy vuelvo a tratar el tema del pastor Marcial Maciel, hijos Míos, con lo que ello conlleva de escándalo y de fraude a Mi felizmente aborregada feligresía. El motivo es que el bueno de Benedicto ha realizado unas manifestaciones en las que dice que "Para mí, Marcial Maciel sigue siendo una figura enigmática." 
Y es que hay algo que sigue sin cuadrar en el privilegiadísimo cerebro de Joseph Ratzinger, hoy jefe Supremo de la Iglesia católica. Le resulta todo un enigma alguien cuya disipada vida evidenciaba una flaqueza continua de su fe ha conseguido una obra tan magna como la creación de los legionarios de Cristo, admirable y muy rentable secta católica al servicio especializada en satisfacer las necesidades de fe de los más adinerados. Para su mente racional y extraordinariamente lúcida - en la que no tiene cabida la más fácil y evidente de las interpretaciones -, el silogismo es obvio: Si el árbol está podrido, los frutos lo estarán también, pues algo así fue dicho, con la absoluta certeza que caracteriza a las convicciones basadas en la fe, por Mi chavalote Jesucristo. Nada se le ocurrió de pensar que, era un simple impostor más que se había sobrepasado, hasta el punto de quedar en la más vergonzosa evidencia, manejando las convicciones de la gente en provecho propio. De hecho hizo muy bien en no planteárselo porque podría haber llegado a la conclusión de que toda la estructura de Mi Santa Iglesia es simplemente lo mismo. Poseedor como es de una mente aguda y luminosa, acostumbrado a hallar siempre la concordancia perfecta entre la fe y la razón, - eso es supeditando siempre al segunda a la primera y haciendo que la fe mediatice hasta el más mínimo razonamiento - ha seguido el procedimiento que cualquier mente virtuosamente controlada por fe seguiría y ha desechado la única posible por ser gravemente inconveniente para esta, viéndose completamente falto de explicaciones. Ni tan siquiera han quedado las recurrentes y vagas excusas, tan peregrinas como rebuscadas, que suele emplear Mi clero.
Viendo los informes elaborados por sus visitadores apostólicos acerca de tan lucrativa congregación: 
"La necesidad de redefinir el carisma de la congregación de los Legionarios de Cristo, preservando el núcleo verdadero, el de la ´Militia Christi´, que caracteriza la acción apostólica y misionera de la Iglesia y que no se identifica con la eficiencia a toda costa."
"La necesidad de preservar el entusiasmo de la fe de los jóvenes, el celo misionero, el dinamismo apostólico, por medio de una adecuada formación"
nuestro muy querido y admirado Benedicto XVI, inteligente y sabio como pocas personas en el mundo, se encuentra ante dos piezas de un rompecabezas que no pueden unirse entre sí. ¿Un árbol corrupto que da frutos buenos? ¡Eso contradice a lo que su razón le dicta y contradice las enseñanzas de Cristo! .

O bien todas las acusaciones contra Marcial Maciel eran falsas, o bien lo es la figura de CristoEse es el sutil razonamiento con el que Lucrecia Rego de Planas, directora de catholic.net y legionaria ella, pretende argumentar en favor de la figura de su fundador. Ni que decir tiene que este razonamiento es válido sólo para quienes nunca podrían llegar a plantearse la falsedad toda Mi religión. Para los demás, y en base a sus propios razonamientos, los hábitos pederastas ejercidos sobre sus seminaristas y sobre sus propios hijos del fundador de los legionarios de cristo supone una prueba más de su carácter totalmente fraudulento, mostrándose como una mera invención al servicio a la necesidad de creer. Pero como bien dice ella:

¿Cómo terminará esta historia? Todos lo sabemos: en el día del Juicio Final la verdad saldrá a la luz y el cerebro del Papa podrá descansar. Mientras tanto no nos queda más que orar y seguir siendo fieles en el lugar en el que Dios nos ha puesto.
 Podeís rezarme servilemente, hijos Mios.

miércoles, 19 de enero de 2011

Los milagros.

Un milagro, hijos Míos, es un "hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino". Si se analiza esta definición podremos ver que el hecho de no ser explicable depende mucho de la voluntad de buscarle explicación. Esa voluntad es inversamente proporcional a la sinceridad de la fe de quien ha de poner en duda tal fenomenología y es por tanto, completamente reprobable, por abandonar el sujeto el sublime estado borreguil del creyente ejemplar. También es evidente que con esta piadosa definición se invierte la carga de la prueba, algo que satisface a la escasa sed de raciocinio de la mente religiosa y que actúa a forma de obstáculo para aquellas gentes escépticas e infieles, siempre sometidas al desorientador racionalismo. Cuando se ha utilizado así, una vez más, la ignorancia como argumento central en favor de las creencias religiosas, se puede adjudicar el fenómeno en cuestión a la explicación ansiada, consistente en la intervención divina, sin necesidad, por supuesto, de buscar ninguna prueba vinculante. Los milagros son auténticos siempre que sean atribuidos a cualquiera de las ingente cantidad de deídades de Mi religión monoteísta pero nunca para el caso del resto de falsas y mitológicas religiones. Porque, aunque sus características objetivas sean indistinguibles, es bien conocido por los verdaderos creyentes que su fe verdadera, profesada por Mí, les hará aparecer ante sus ojos fácilmente como creencias fraudulentas, supersticiosas y Absurdas. Eso suponiendo tales fenómenos inexplicados hayan llegado a existir alguna vez y no resulten un mero producto de la irrefrenable imaginación humana al servicio de su necesidad de creer.


Los milagros han de ser también, en tanto y cuanto que fenómenos extraordinarios, sumamente infrecuentes, y precisamente por eso pueden ser un simple producto del azar. Pero es aquí cuando Yo, vuestra pedagógica deidad he de aclaraos algo. Cuando algo tan improbable ocurre con connotaciones negativas es cuando ha catalogarse como una azarosa desgracia en la que nunca se ha de responsabilizar a una deidad tan bondadosa como Yo. Es, sin embargo, cuando tiene consecuencias positivas, cuando sí merece llamarse milagro, hijos Míos y darse a conocer. Así, si un piadoso creyente experimenta una inexplicable curación después de dedicar sus oraciones al santo o virgen de turno, eso es un milagro. Si padece un súbito empeoramiento igual de inexplicable eso es fruto del azar y de la desgracia. Lo importante por el bien de la fe es que, en ningún caso, ha de intentar averiguarse si la frecuencia estadística de un suceso es diferente de la existente sin fe ni rezos de por medio o de la resultante con la invocación de falsas deidades. En cualquier caso, es sumamente importante para la difusión y el prestigio de los milagros buscados insistentemente, el hecho de que sólo sean noticia los contadísimos casos en los que se obtiene algún resultado positivo,  precisamente por lo muy anecdótico del asunto, y nunca la abrumadora mayoría de fracasos.
Resulta una conclusión obvia con esta definición, que cuanto más precario es el conocimiento humano más fenómenos quedan inexplicados para poder ser libremente calificados como milagros, a la vez que los superpoderes utilizados son cada vez más sutiles y menos espectaculares. Ya no se hacen esos grandes alardes públicos de magia en los que se multiplicaban panes y peces, se detenía al Sol en el firmamentod, se resucitaban tanto a gallináceas como a personas, se sometía a bestias a la fe o se levitaba. De hecho, podría parecer que, son cada vez más infrecuentes a causa del avance de la ciencia. Pero eso nunca debe confundir a Mi feligresía, plenamente conocedora de que tal descenso tanto en cantidad como en calidad en los milagros con los tiempos se justifican simplemente en base a Mi  proverbial y creciente indolencia.

jueves, 6 de enero de 2011

Superstición y religión.

La superstición es la propensión a la interpretación no racional de los acontecimientos y la creencia en su carácter sobrenatural. Así, en el diccionario panhispánico de dudas, se define como "creencia contraria a la razón". Con tales definiciones, hijos Míos, en donde podría ser tan sumamente fácil encajar a las religiones por parte de los más descarriados y libertinos miembros de Mi rebaño, es donde entra la socorrida definición de la RAE:

"Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón."

Sin duda, la fe profesada por el piadosa autor de tal definición le honra y le ha iluminado a la hora de su redacción. Pero lo cierto es que, si fuese realmente inexistente la relación entre superstición y religión, no habría hecho falta hacer tan forzada justificación, por otro lado obviada en el panhispánico. Y es que en algo se ha de notar que España es la nación predilecta del sagrado corazón de Jesús. Es por eso, crédula feligresía, que por muy contraria a la razón que pueda ser, la fe religiosa supone un tipo de manifestación supersticiosa tan sofisticado que la ha de hacer indigna de recibir tan despectivo nombre. El mero hecho de que las religiones sean evidentes formas estandarizadas y consolidadas de superstición modeladas por el encauzamiento cultural sobre la materia prima de la desbordante capacidad humana para creer en lo sobrenatural, las ha de hacer merecedoras de un estatus artificialmente superior. En esta clase alta reguladora de la superstición sólo han de tener cabida las religiones más mayoritarias y tradicionales, como es el caso de la Mía -la única verdadera por supuesto- y nunca la multitud de minoritarios y pintorescos credos surgidos de forma inflaccionaria como producto de una desmedida tendencia humana para creer en cualquier cosa.


Es completamente inaceptable vincular a la Fe en Mí con cualquier tipo de manifestación supersticiosa, dado que Yo soy, nada menos, que el Supremo Ingeniero, el prestigioso Creador de las sublimes leyes de la física que rigen el Universo. Además, es innegable que toda superstición que se precie ha de poseer ritos y amuletos mágicos, algo por completo inexistente en Mi religión, que sin embargo sí es poseedora de elementos tan intachablemente racionales como los sacramentos de la oración y la penitencia, del uso de bellas y recargadas estampitas, medallas, exvotos, rosarios y escapularios, de costumbres como poner velas a al Santo o Virgen de turno para que te conceda un deseo, de la búsqueda de la buena suerte que otorga una bendición como Dios manda (en seco o con agua bendita), del coleccionismo de reliquias sagradas, de procesionar con el santo del lugar a hombros pidiendo la llegada de las tan ansiadas precipitaciones, de pedir novio a San Antonio, etc. Porque eso sí, hijos Míos, siempre debéis tener muy presente que para que una fe prolifere, ha tener esa omnipresente cutrez que nuestro supersticioso público demanda.

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