Mostrando entradas con la etiqueta sexualidad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sexualidad. Mostrar todas las entradas

lunes, 22 de marzo de 2010

La sexualidad humana.

En Mi religión se tiene un altísimo concepto de la sexualidad humana, siempre que sea digna y honesta. Por tales conceptos se entiende sexualidad entre un hombre y una mujer, dentro del sacramento del matrimonio y únicamente con fines reproductivos. El sexo es algo muy bien considerado pero hacerlo fuera de estas estrictas reglas supone invariablemente un pecado mortal. Dentro de esta absoluta libertad religiosa están prohibidos la masturbación, la fornicación, el adulterio, la pornografía, la prostitución, la homosexualidad, las relaciones prematrimoniales, la promiscuidad, los métodos anticonceptivos y cualquier tipo de relación no destinada a la procreación. También se consideran inmorales e intrínsecamente desordenados la estimulación manual, el sexo oral y el anal. Así mismo, y por muy comunes que sean en el Antiguo Testamento, están prohibidos el incesto y la violación.



Mi religión defiende una "humanización de la sexualidad" que consiste en una sexualidad "abierta a la vida" y basada en la "ley natural". Dicha teoría ética, de origen pagano, postula la existencia de una ley cuyo contenido está inscrito en la naturaleza y que por tanto tiene validez en todo tiempo y lugar y para toda persona. Así es como, el ser humano, criatura elegida por Mí, creada a Mi imagen y semejanza, dotada de esa condición espiritual de la que carece el resto de Mi maravillosa creación que es la que le otorga su privilegiada situación sobre el inferior reino animal, abandona dicha superioridad antropocentrista para concluir que en los animales el sexo está limitado a la reproducción y a la propagación de la especie. Se obvia la función social que tiene en la especie humana, poseedora de una reproducción totalmente condicionada por lo prolongado del periodo infantil, consecuencia de su mayor desarrollo cerebral. Aquí es necesaria la virtuosa y recurrente presencia del sacrosanto Absurdo, hijos Míos, para extraer las siguientes conclusiones:
- La sexualidad humana ha de tomar como modelo la animal por su función eminentemente reproductiva, por lo tanto "humanizar la sexualidad" consiste en tomar como modelo la sexualidad animal, con un periodo de desarrollo de las crías mucho más breve por lo general que el humano, y olvidarse de las peculiaridades sexuales humanas como la de poseer una sexualidad no condicionada por un período de celo.
- El sexo debería ser entre un hombre y una mujer exclusivamente durante el periodo necesario para lograr un embarazo y reprimiendo todo impulso sexual durante meses y años una vez conseguido tal fin y hasta que el hijo nacido sea destetado. Tan largo periodo no se da en ninguna otra especie que practique la monogamia. La pareja debería permanecer unida sin relaciones sexuales todo ese tiempo dándome gracias por poder llevar tan asexual y dichosa existencia.
- Se defiende la monogamia, algo que sólo en las aves está generalizado dentro del reino animal, siendo muy raro en los parientes mamíferos humanos. La promiscuidad es indecentemente frecuente.
- También se criminaliza la homosexualidad y se ignora la tan defendida "naturalidad" cuando se obvian las evidencias científicas que indican su origen genético y su existencia en otras especies animales.
- El fin único fin válido debe ser la propagación de la especie. Ese ancestral impulso sí se cumple en la totalidad del mundo natural y es algo que no hace sino confirmar un asunto tan incómodo para la fe como la evolución por selección natural. En cualquier caso, es indudable que los recursos naturales son limitados y que una especie "espiritual" a la que Yo he dotado de una inteligencia tan privilegiada debería ser capaz de darse cuenta de ello, prever los peligros de la sobrepoblación y hacer algo más que intentar llenar el mundo de miembros de su especie, como le dictan sus genes.
- Nada "animaliza" más la sexualidad que limitarla únicamente a su función reproductiva.
- La especie humana es la única en la que las hembras sufren la menopausia, dándose la antinatural  y blasfema paradoja de que se pueden tener relaciones sexuales sin función reproductiva. Por supuesto, y, de acuerdo con Mis planteamientos, la vida sexual del matrimonio deben finalizar voluntaria devotamente una vez perdida la capacidad reproductiva de la mujer. Lo contrario sería vicio, depravación y lujuria, e iría  totalmente en contra de lo que hacen los animalitos por los campos.
- Tengo que reconocer que el celibato religioso tiene un difícil encaje en Mi doctrina reproductiva. Se trata de gente que renuncia voluntariamente a tener hijos. Eso equipara a Mis religiosos con los homosexuales en cuanto a su nula contribución al sacrosanto fin de la propagación de la especie.
Estas son, devota feligresía, las consecuencias de intentar compatibilizar la tan especial condición humana, con su vertiente de superioridad espiritual sobre el resto de Mi creación, con el acatamiento de unas restricciones sexuales extrapoladas de un mundo natural poseedor de una rica y variada diversidad, a la que, el hombre, con sus similitudes y sus peculiaridades, contribuye como cualquier otra especie.
La sexualidad humana no es nada pecaminoso, hijos Míos, lo que es pecaminoso es intentar disfrutar de ella. Su gran virtud es que su existencia permite que Mis creyentes puedan experimentar el enorme placer de reprimirse evitando todo deseo y acto gozoso, lujurioso y hedonista. Una vez dicho esto, querido rebaño, quiero animaros a que llevéis una dichosa vida sexual, siempre "abierta a la vida", más "humana", dentro del matrimonio y sin comportamientos lascivos y pecaminosos. Para la propagación de Mi fe es necesaria y obligatoria la reproducción de Mis creyentes. Eso siempre que no seáis clérigos de Mi Santa e Hipócrita Iglesia, en la que el celibato es obligatorio y la pederastia endémica.

martes, 9 de diciembre de 2008

La libido de un clero célibe.

Os hablaré hoy, querida feligresía, de un tema tan delicado como es la sexualidad en el seno de mi Iglesia célibe. El celibato sacerdotal, custodiado por la Iglesia como una perla preciosa, conserva todo su valor también en este tiempo, caracterizado por una profunda degeneración de mentalidades y estructuras. Cada día es mayor el clamor que solicita a mi institución que reexamine sus posiciones en este aspecto, haciéndolas aparecer como problemáticas e ilógicas en este tiempo.
Conviene en este punto reconocer que el celibato sacerdotal no fue una obligación desde el principio, sino que fue imponiéndose, con dificultad y por motivos filosóficos, económicos y de orden eclesial. De hecho el celibato obligatorio llegó finalmente en el sigo XII, después de un largo y gradual camino desde los inicios del cristianismo hacia la prohibición del matrimonio de los clérigos y de que, en 1095, el Papa Urbano II decretase la venta de las mujeres de los sacerdotes como esclavas y el abandono de sus hijos. Pese a ésto, en el siglo XV todavía la mitad de los sacerdotes estaban casados.
Todos estos aspectos históricos podrían hacer aparecer al sagrado celibato como una mera condición impuesta por la jerarquía católica a lo largo de los siglos buscando una sobriedad más económica que moral. El hecho de que los sacerdotes tuviesen que mantener una familia haría que necesitasen mayores recursos económicos y esto redundaría en un grave perjuicio para las arcas de mi necesitada Iglesia.
También es un hecho el que no hay justificación ninguna en el Nuevo Testamento para ésta práctica pero, queridos feligreses, por muy grande que sea la avalancha de objetivas objeciones, aquellos que viven y han vivido gozosos el ministerio de Cristo conocen bien que del sagrado celibato aflora un amor superior a la vida nueva que brota del misterio pascual; vivida con valiente austeridad y con gozosa espiritualidad. Además de esto, la interpretación tendenciosa de los Evangelios según la conveniencia de la jerarquía católica es un recurso antiguo, muy efectivo y necesario para incrementar el sagrado poder de la institución.


Claro está que en el ser humano el sexo es una necesidad completamente natural y que es imposible llevar a la práctica los postulados teóricos del celibato, de forma que resulta frecuente el hecho que que la mayoría de los sacerdotes heterosexuales cuenten con los favores de amantes, novias ó profesionales del amor. Es por eso que debe existir un completo oscurantismo alrededor de este asunto para evitar que dañe irreparablemente la estructura de mi Iglesia. Ésta elaborada y consolidada estrategia de ocultación de la sexualidad es la que siempre ha atraído en gran modo hacia el sacerdocio a homosexuales deseosos de ocultar su condición mientras siguen manteniendo, igualmente, una vida sexual completamente activa. Dichos homosexuales se convierten así en aparentes militantes fervorosos de una religión que criminaliza de forma implacable su condición. Solo los poseedores de una particular concepción de la pureza necesaria para el contacto con las cosas sagradas se conforman con llevar una vida plena en castidad y se conforman con la masturbación.
El hecho de que todo esto sea así y de que resulte bien conocido en el seno de mi Iglesia que aparenta desconocimiento solo puede explicarse mediante la hipocresía redentora. Porque, queridos feligreses, de alguna forma ha de aplacarse la libido de un clero célibe.
Lo más difícil de explicar podría ser el hecho de que los fieles de mi rebaño sigan tan sumisos a los pastores mi religión, pese a ser, la mayoría, plenamente conscientes de la incongruencia de sus inconfesados devaneos sexuales. Pero en eso, como en la mayor parte de los aspectos de mi religión, son de inestimable ayuda la visceral necesidad de mi existencia y el adoctrinamiento temprano.
Mi Iglesia deberá, por tanto, actuar al margen de la obviedad de que el sexo es inherente a la condición humana y seguir teniéndolo como tema tabú. También aparentará tener a la castidad como un valor precioso de la vida sacerdotal.

Difunde Mi Palabra

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...