miércoles, 19 de enero de 2011

Los milagros.

Un milagro, hijos Míos, es un "hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención sobrenatural de origen divino". Si se analiza esta definición podremos ver que el hecho de no ser explicable depende mucho de la voluntad de buscarle explicación. Esa voluntad es inversamente proporcional a la sinceridad de la fe de quien ha de poner en duda tal fenomenología y es por tanto, completamente reprobable, por abandonar el sujeto el sublime estado borreguil del creyente ejemplar. También es evidente que con esta piadosa definición se invierte la carga de la prueba, algo que satisface a la escasa sed de raciocinio de la mente religiosa y que actúa a forma de obstáculo para aquellas gentes escépticas e infieles, siempre sometidas al desorientador racionalismo. Cuando se ha utilizado así, una vez más, la ignorancia como argumento central en favor de las creencias religiosas, se puede adjudicar el fenómeno en cuestión a la explicación ansiada, consistente en la intervención divina, sin necesidad, por supuesto, de buscar ninguna prueba vinculante. Los milagros son auténticos siempre que sean atribuidos a cualquiera de las ingente cantidad de deídades de Mi religión monoteísta pero nunca para el caso del resto de falsas y mitológicas religiones. Porque, aunque sus características objetivas sean indistinguibles, es bien conocido por los verdaderos creyentes que su fe verdadera, profesada por Mí, les hará aparecer ante sus ojos fácilmente como creencias fraudulentas, supersticiosas y Absurdas. Eso suponiendo tales fenómenos inexplicados hayan llegado a existir alguna vez y no resulten un mero producto de la irrefrenable imaginación humana al servicio de su necesidad de creer.


Los milagros han de ser también, en tanto y cuanto que fenómenos extraordinarios, sumamente infrecuentes, y precisamente por eso pueden ser un simple producto del azar. Pero es aquí cuando Yo, vuestra pedagógica deidad he de aclaraos algo. Cuando algo tan improbable ocurre con connotaciones negativas es cuando ha catalogarse como una azarosa desgracia en la que nunca se ha de responsabilizar a una deidad tan bondadosa como Yo. Es, sin embargo, cuando tiene consecuencias positivas, cuando sí merece llamarse milagro, hijos Míos y darse a conocer. Así, si un piadoso creyente experimenta una inexplicable curación después de dedicar sus oraciones al santo o virgen de turno, eso es un milagro. Si padece un súbito empeoramiento igual de inexplicable eso es fruto del azar y de la desgracia. Lo importante por el bien de la fe es que, en ningún caso, ha de intentar averiguarse si la frecuencia estadística de un suceso es diferente de la existente sin fe ni rezos de por medio o de la resultante con la invocación de falsas deidades. En cualquier caso, es sumamente importante para la difusión y el prestigio de los milagros buscados insistentemente, el hecho de que sólo sean noticia los contadísimos casos en los que se obtiene algún resultado positivo,  precisamente por lo muy anecdótico del asunto, y nunca la abrumadora mayoría de fracasos.
Resulta una conclusión obvia con esta definición, que cuanto más precario es el conocimiento humano más fenómenos quedan inexplicados para poder ser libremente calificados como milagros, a la vez que los superpoderes utilizados son cada vez más sutiles y menos espectaculares. Ya no se hacen esos grandes alardes públicos de magia en los que se multiplicaban panes y peces, se detenía al Sol en el firmamentod, se resucitaban tanto a gallináceas como a personas, se sometía a bestias a la fe o se levitaba. De hecho, podría parecer que, son cada vez más infrecuentes a causa del avance de la ciencia. Pero eso nunca debe confundir a Mi feligresía, plenamente conocedora de que tal descenso tanto en cantidad como en calidad en los milagros con los tiempos se justifican simplemente en base a Mi  proverbial y creciente indolencia.

jueves, 6 de enero de 2011

Superstición y religión.

La superstición es la propensión a la interpretación no racional de los acontecimientos y la creencia en su carácter sobrenatural. Así, en el diccionario panhispánico de dudas, se define como "creencia contraria a la razón". Con tales definiciones, hijos Míos, en donde podría ser tan sumamente fácil encajar a las religiones por parte de los más descarriados y libertinos miembros de Mi rebaño, es donde entra la socorrida definición de la RAE:

"Creencia extraña a la fe religiosa y contraria a la razón."

Sin duda, la fe profesada por el piadosa autor de tal definición le honra y le ha iluminado a la hora de su redacción. Pero lo cierto es que, si fuese realmente inexistente la relación entre superstición y religión, no habría hecho falta hacer tan forzada justificación, por otro lado obviada en el panhispánico. Y es que en algo se ha de notar que España es la nación predilecta del sagrado corazón de Jesús. Es por eso, crédula feligresía, que por muy contraria a la razón que pueda ser, la fe religiosa supone un tipo de manifestación supersticiosa tan sofisticado que la ha de hacer indigna de recibir tan despectivo nombre. El mero hecho de que las religiones sean evidentes formas estandarizadas y consolidadas de superstición modeladas por el encauzamiento cultural sobre la materia prima de la desbordante capacidad humana para creer en lo sobrenatural, las ha de hacer merecedoras de un estatus artificialmente superior. En esta clase alta reguladora de la superstición sólo han de tener cabida las religiones más mayoritarias y tradicionales, como es el caso de la Mía -la única verdadera por supuesto- y nunca la multitud de minoritarios y pintorescos credos surgidos de forma inflaccionaria como producto de una desmedida tendencia humana para creer en cualquier cosa.


Es completamente inaceptable vincular a la Fe en Mí con cualquier tipo de manifestación supersticiosa, dado que Yo soy, nada menos, que el Supremo Ingeniero, el prestigioso Creador de las sublimes leyes de la física que rigen el Universo. Además, es innegable que toda superstición que se precie ha de poseer ritos y amuletos mágicos, algo por completo inexistente en Mi religión, que sin embargo sí es poseedora de elementos tan intachablemente racionales como los sacramentos de la oración y la penitencia, del uso de bellas y recargadas estampitas, medallas, exvotos, rosarios y escapularios, de costumbres como poner velas a al Santo o Virgen de turno para que te conceda un deseo, de la búsqueda de la buena suerte que otorga una bendición como Dios manda (en seco o con agua bendita), del coleccionismo de reliquias sagradas, de procesionar con el santo del lugar a hombros pidiendo la llegada de las tan ansiadas precipitaciones, de pedir novio a San Antonio, etc. Porque eso sí, hijos Míos, siempre debéis tener muy presente que para que una fe prolifere, ha tener esa omnipresente cutrez que nuestro supersticioso público demanda.

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